Buenos días. Hoy os voy a contar un cuento.
Había una vez un cantante que se llamaba Pedro Peter. Tocaba el violín, la armónica y el piano como un verdadero virtuoso, y desde que era muy pequeño había mostrado muchas aptitudes para componer e interpretar música. A los 12 años ya era considerado un verdadero genio, y componía complicadas sinfonías. Con 14 años, la compañía musical más importante del mundo le publicó su primer disco, al que tituló “Comprar”.
La gran compañía de discos, que se llamaba Belly Records, le había hecho a firmar un contrato de exclusividad que le obligaba a publicar otros 7 discos más con ellos, durante los próximos 7 años. Tenían que ser 7 discos redondos, de 12 canciones cada uno; uno de ellos podía ser en directo, y otro un recopilatorio de aquellas de las canciones de los demás discos que iban a llegar al número 1 de las listas en los años venideros Ellos ya sabían que esos temas iban a ser 12, aunque Peter aún no los había compuesto.
Para celebrar el acuerdo, le regalaron a Peter un disco bañado en oro, enmarcado en un elegante expositor, con una leyenda que informaba de que se habían vendido más de un millón de ejemplares de “Comprar”; aunque el disco en realidad se pondría a la venta semanas después.
Peter no entendía muy bien qué estaba pasando. Por qué, de repente, sin haber publicado todavía su primer disco, ya estaba atado a esa compañía durante como mínimo 7 años, y esa gran compañía ya había trazado no solamente el calendario de sus próximos trabajos, sino también cuántas canciones debía componer: cuáles debían ser buenas y cuáles daba exactamente igual que fuesen buenas o no; de hecho, si las canciones que no iban a sonar en la radio eran malas, mejor, le habían explicado.
Al día siguiente Peter firmó otro contrato con la compañía, en el que se comprometía a ofrecer 80 conciertos al año, divididos en dos giras mundiales. Le regalaron una agenda en la que pudo comprobar, al momento, dónde iba a estar dentro de 15 meses, a qué hora iba a tener que atender a la prensa en cada momento, qué debía decir en las entrevistas, cómo posar en las fotos, etcétera. Le impusieron un asistente, que le explicó cómo debía vestirse a partir de ahora, qué marcas de ropa utilizar y cuáles no. A Peter le “regalaron” un montón de ropa y complementos, cuyo importe enseguida restaron del adelanto que había recibido.
A partir de ese momento, además, el proceso de composición de las canciones iba a ser diferente. De hecho, le explicaron que ya no tenía que componer canciones, ni tampoco seguir ensayando con los instrumentos. Su voz era ahora lo único de lo que tenía que preocuparse; aunque, por supuesto, en las grabaciones y los conciertos iban a encargarse de que siempre sonara perfecto. Que para eso tenía ahora a su servicio la mejor tecnología musical existente. Debía cuidarse la voz para las entrevistas, y sobre todo regular su peso y su figura. Eso era lo más importante ahora. Tenía a su servicio a un importante equipo de esteticistas, nutricionistas, entrenadores y compositores que le prepararían las canciones firmándolas bajo el nombre de Peter. Todo estaba rigurosamente preparado. Dentro de cuatro o cinco meses, cuando rompiese con su novia de siempre, saldría en todos los medios de comunicación afines a la compañía un extenso reportaje narrando montones de escándalos en los que Peter llevaba participando en secreto, y a continuación se publicaría su primera autobiografía, que ya estaba escrita.
Al poco tiempo de publicar su segundo disco, “No pensar”, Peter ya se había acostumbrado de sobra a su nueva vida. Firmar tantos autógrafos era bastante pesado, pero en realidad apenas salía a la calle ahora, ocupado como estaba en pasar tiempo en su mansión, en la playa o de fiesta en fiesta. Su trabajo consistía en grabar una canción cada tres meses o así, y esperar a que empezasen a llover millones. Por una cancioncita que canturreaba cada tres meses, y que poco a poco pasaría a formar parte de un disco de 12 canciones, podía llegar a cobrar una cantidad de dinero obscena: en el estudio de grabación el dinero invertido era muy poco, el precio de fabricación de cada disco era ridículo, y estos se vendían a casi 30 euros. Los fans se volvían locos por gastar dinero en sus productos, y él no tenía que hacer nada más que cobrarlo. El marketing era una herramienta maravillosa. ¿Por qué no lo hacía todo el mundo? No podía entenderlo. Era un chollo fantástico. Y ahora, su compañía, Belly Records, había decidido abrir cinco mega-super-stores en cada una de las grandes ciudades, y acabar con todas las pequeñas tiendas de discos que quedaban. Contratarían a dos o tres empleados por turno en cada una de las tiendas, por el salario mínimo, y calculaban que por cada hiper-giga-store que abrieran, conseguirían cerrar unas 14 tiendas de discos de barrio. Era la maquinaria del marketing la que hacía todo el trabajo. El negocio apenas acababa de comenzar.
(…continuará)
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