Ángel Fernández es un adolescente madrileño, amante de todo tipo de historias de detectives y misterios, que un día, aburrido de tanto estudiar, decide disfrazarse de señor mayor y jugar a ser investigador privado. Pero en el mundo de los adultos, pocas cosas son un juego. El autor de estas aventuras escribe un blog sobre los Simpson y los tebeos. Las ilustraciones son de Glòria Langreo.
15. Estatua sí, pasillo no
Frunobulax y Glòria Langreo
| 11 septiembre 2010
Cerré los ojos con todas mis fuerzas, y traté de protegerme instintivamente, poniendo los brazos sobre mi cabeza, porque calculé que dentro de la mandíbula robótica del perro que estaba a punto de caer sobre mí, cabrían tranquilamente dos cabezas como la mía.
Se hizo la sombra sobre mí. El dóberman-robot tenía dos filas de colmillos puntiagudos de puro acero.
Brillantes y afilados como estalactitas y estalagmitas.
Debía pesar un kilo. No solo se me iba a tragar de un solo bocado, sino que seguramente, lo que quedase de mí se enterraría unos cuantos metros en el suelo, cuando aquel monstruoso androide cayera encima de mí.
Toilet ni siquiera se había dado la vuelta. Todo sucedió en cuestión de segundos, milésimas de segundo, en realidad. Aquello se movía con la velocidad de un avión del ejército.
«¡No me arrepiento de nadaaaa!», pensé, como dicen los personajes que mueren en los tebeos de risa.
Pero cuando apenas tenía aquella bocaza a unos centímetros de mi cabeza, Toilet reaccionó. Ni siquiera se dio la vuelta. Repentinamente, su pecho se abrió como la puertecita de un armario, y de él salió disparada… una pelotita.
Una pequeña pelotita de goma salió volando de su pecho, y cruzó el aire velozmente, dibujando una larga parábola, pasando por delante de mis narices. Y en esa misma milésima de segundo, el gigantesco perro-robot se olvidó de mi, y giró su trayectoria, y se alejó, perdiéndose entre los árboles. Con una agilidad increíble, el perro corrigió su trayectoria, y giró sobre sí mismo, para aterrizar en el césped de plástico, y emitiendo unos metálicos gemidos y agitando su morro metálico correteó detrás de la pelotita.
—¡Gracias, Toilet! —grité—, ahora vámonos de aquí antes de que el perro se canse de jugar con la pelotita.
Todavía no me había recuperado del susto, así que corrí lejos de allí sin ninguna dirección. Toilet me seguía, y empezamos a hacer círculos alrededor de la fuentecilla que había en mitad de la plaza (que por cierto, el agua que salía también era una especie de plástico transparente derretido, y ahora tenía muchísima sed, qué rabia). Después de dos o tres vueltas sin perder de vista al perrazo robot, por fin conseguí concentrarme y empezar a correr hacia algún sitio en concreto.
En una pared de la plaza, había tres puertas abiertas. Tres puertas normales, metálicas, pintadas cada una de un color: una era roja, otra ámbar y la otra verde. Sí, exactamente, como tres semáforos.
—Maldita sea, ¿qué hacemos ahora?
Empecé a pensar que lo más lógico sería entrar por la puerta verde, porque en los semáforos es el color que indica que puedes caminar con seguridad y cruzar la calle; pero era demasiado fácil, podía tratarse de una trampa. Y además, era el color de las verduras. Empezaba a tener muchísima hambre, y pensé que a lo mejor detrás de cada puerta había una montaña de comida, y la de las verduras era la que menos me gustaba. La puerta roja me recordaba mucho a hamburguesas, salchichas con ketchup, croissants con mermelada, tartas de frambuesa… ¿Por qué tenía tanta hambre de repente? Estaba totalmente indeciso, y Toilet estaba parado a mi lado. No sabíamos qué hacer. ¿Verdad que entrar por la puerta verde, siguiendo la lógica de los semáforos, era demasiado fácil? Eso tenía toda la pinta de ser una trampa.
De pronto, escuché unos pasos metálicos muy pesados a nuestras espaldas. ¡Era el dóberman-robot, que cabalgaba hacia nosotros con la pelotita en la boca! Toilet estiró los brazos, como esperando a que llegara para recoger la pelotita.
—¿Estás tonto? ¡Vámonos de aquíiii! —grité, metiéndome por la puerta que estaba más cerca, es decir, la roja, y cerrando la puerta con todas mis fuerzas. Escuchamos cómo el perro robot arañaba la puerta desde afuera, y gemía como un cachorrito (aunque también sonaba como un coche estropeado tratando de arrancar la batería, la verdad).
Estábamos en una habitación de color rojo, que se abría hacia la izquierda en un pasillo. A la derecha había dos extrañas armaduras medievales. Sin duda, estaba seguro de que se trataría de horribles robots gigantes, como todo lo que había allí, y me entró el pánico. ¡Pero no podíamos salir otra vez al patio con esa bestia de hierro ahí afuera! ¿Qué habría detrás de la puerta verde?
—Grrrr… Ojalá hubiésemos ecogido la puerta verde. Esos robots me dan mucho miedo. Como se despierteeen…
—No ro_bots —dijo Toilet, que era un robitito bastante callado, pero parecía bastante preparado para ayudarme en momentos de crisis como éste—. No ro_bots. Es_ta_tu_as.
—¿Estatuas? ¿Has dicho estatuas?
—Es_ta_tu_as
Me acerqué a una de las gigantescas armaduras, y descubrí que tal y como decía Toilet, no parecía una veradera armadura, sino un bloque de piedra esculpido. Es decir, que no tenía grietas, ni parecía doblarse. Era de una sola pieza, y no parecía moverse. Como cuando te compras un muñeco en una juguetería y descubres que no puede mover las rodillas ni los codos, y no vale para jugar con él. Lo que pasa es que esta vez me alegré de saber que las armaduras no podían moverse, ni comerme.
—¿Qué hacemos ahora, Toilet? ¿Vamos por el pasillo?
A la izquierda había un pasillo, como ya he dicho antes.
—Pa_si_llo no —contestó Toilet, tapándose los ojos con un brazo, simulando tener mucho miedo.
—Vaya, hombre. ¡Pues yo no pienso salir al patio con ese monstruo ahí! —el perro-robot, por cierto, se había cansado de golpear la puerta, pero seguía lloriqueando al otro lado. Parecía que le había gustado el juego de la pelotita. Me daba un poquito de pena, pero no pensaba salir a jugar con ese tractor con forma de perro, ¡ni loco!
—Es_ta_tu_as —repetía Toilet—. Pa_si_llo no.
—¡Qué pesadito, Toilet! ¡Que ya te he oído!
—Pa_si_llo no. Es_ta_tu_as sí. Es_ta_tu_as sí. Pa_si_llo no.
Me di cuenta en ese momento de que Toilet no estaba cantando alguna cancioncita, sino que lo que quería era que me acercase a las estatuas, y que probablemente encontrará alguna ayuda, o me hablarían y me dirían qué es lo que podíamos hacer para encontrar a Susana. Como si las estatuas hablasen. Ja. Estaba claro que a Toilet le faltaba algún tornillo. Caminar por el pasillo me parecía lo más sencillo y cómodo.
—Ah, sí, qué bonitas son las estatuas. Mañana te compro una, ¡pero ahora hay que encontrar a Susana! —me puse a caminar en dirección al pasillo, y Toilet me siguió repitiendo eso de «Es_ta_tu_as sí, pa_si_llo no», que debía ser alguna canción de bakalao.
Doblamos la esquina para avanzar por el pasillo. Era un pasillo totalmente pintado de rojo. Era más rojo que antes. Era un rojo tan rojo que parecía hecho de fuego. Al fondo no se veía nada claro. Sólo una pintura que parecía estar hecha también de rojo-anaranjado, del color del fuego.
Caminé un par de pasos. Toilet seguía cantando bakalao. Empecé a notar mucho calor, y sudaba un poco. Hacía un calor horrible. Por lo menos se me secó la ropa rápidamente. Di otro paso, y de pronto estaba cubierto de sudor. Hacía un calor horrible, jamás había sentido tantísimo calor. Parecía que caminásemos por el interior de un microondas.
—Madre mía, ¿no tienen aire acondicionado aquí dentro? —grité hacia el fondo del pasillo, pero nadie me contestaba—. En fin. Y tú deja de decir todo el rato lo mismo —le dije ahora a Toilet—, tenemos que encontrar a Susana.
De repente me di cuenta de lo que pasaba. El suelo y las paredes no estaban pintadas de rojo, sino que estaban al rojo vivo. ¡Estábamos caminando por una especie de sartén gigante con forma de pasillo! Y además, lo que había delante de nosotros no era un fuego dibujado. No era un cuadro, ni un graffiti. ¡Era una bola de fuego, que corría en nuestra dirección!
Otra vez a correr. Nos dimos la vuelta, y yo gritaba como un animal. De hecho, me sentía como se sentiría un cochinillo en el horno. Estaba tan desesperado en la carrera, que iba directo a la puerta de antes, para encontrarme con el perro-robot asesino. Toilet no dejaba de repetir «Es_ta_tu_as sí, es_ta_tu_as sí», y tiraba de mí hacia donde estaban las dos estatuas, con tanta fuerza que me empujó contra una de ellas, y me agarré con fuerza a las piernas de la estatua-armadura justo antes de que el fuego entrase en la habitación.
Y de repente, la armadura empezó a volar.
No era una simple estatua, sino un ascensor, con un diseño muy raro. De hecho, tenía un saliente a la altura de la cintura, en el que había tallado un cómodo asiento. De pronto, estábamos ascendiendo por el interior del curioso palacio, y abandonamos la habitación en llamas.
—¡Por los pelos! —dije, ayudando a Toilet a sentarse a mi lado—. Nos hemos salvado, y por fin has dejado de cantar. Qué pesadito eres a veces, ¿no?
El ascensor-armadura-estatua, que parecía una especie de premio Óscar con casco, nos llevó hasta la segunda planta. A saber qué nos encontraríamos allí… En cuanto la estatua sobrepasó el techo del primer piso y mis ojos estaban a la altura del segundo, subiendo lentamente, pude comprobar que la planta de arriba estaba tranquila. No parecía haber ningún robot ni ningún enemigo a la vista. Era una sala más pequeña que la anterior, y bastante oscura, con unos pocos cuadros en las paredes, una larga alfombra, una lámpara gigantesca, una ventana cuadrada de dos metros de alto (parece que iba a volver a llover en cualquier momento) espejos… Era como las habitaciones de los castillos de las películas de la Edad Media. La lámpara tenía antorchas encendidas, en lugar de bombillas. ¿Habíamos viajado en el tiempo, o qué?
Nos bajamos despacito del ascensor con forma de Óscar, y descubrimos que al fondo había un pasillo, al que se llegaba a través de una puerta que estaba encabezada a cada lado por dos estatuas que representaban a dos dragones preciosos, con rubíes en los ojos, muy graciosos. Dos dragoncitos del tamaño de dos perros, metálicos, con alas, que parecían sacados de un cuento. Eran de estilo japonés, como los que se suelen ver en los templos budistas, pero hechos de hierro y con muchos adornos brillantes.
—Anda, mira, Toilet, esos ascensores son mucho más bonitos —sin pensármelo dos veces, salí corriendo en dirección a uno de ellos, dispuesto a montarme sobre su espalda—. Estos deben ser ascensores más rápidos, porque los otros eran muy lentos.
—¡Es_ta_tu_as no, pa_si_llo sí!, ¡es_ta_tu_as no, pa_si_llo sí! ¡es_ta_tu_as no, pa_si_llo sí! —Toilet comenzó a seguirme. Otra vez cantaba cosas sin sentido, ¿pero qué le habría dado a este robot?
—Cantas fatal, Toilet, y además ya está lloviendo. Anda, vamos, súbete tú en el otro ascensor, y vamos al último piso. Seguro que tienen a Susana encerrada en…
Puse una mano sobre la cabeza del dragoncito de la derecha, y de un ágil movimiento me montó sobre su grupa, como si fuese un pony. Pero justo cuando creía que comenzaría a subir hacia arriba, lo que hizo el dragoncito fue agitarse violentamente, y empezó a mover sus alas como loco. Algunas escamas metálicas cayeron ruidosamente al suelo, y debajo de ellas pude ver claramente cómo había una piel verdosa y viscosa. El dragón se meneaba hacia los lados, y lentamente comenzó a erguir la cabeza y a agitar también su fuerte cola. ¡La estatua estaba cobrando vida!
—¿Pero qué está pasando?
—¡Es_ta_tuas no! ¡¡No_no_no!!
La bonita estatua de estilo japonés se había convertido en un verdadero monstruo, un bicho terrorífico del tamaño de un pony, con escamas verdes y puntiagudas, con alas asquerosas como las de un murciélago pocho, y unos ojos rojos brillantes que me miraban fijamente con muy malas pulgas. Su cuello era grácil, y apuntaba directamente hacia su espalda, ¡donde estaba yo subido! La estatua-monstruo había resucitado. Dio varias patadas en el suelo con sus afiladas garras con uñas del tamaño de un cucurucho de helado. Movió las alas nerviosamente, y emitió un horrible, espantoso grito.
—¡¡GRRRAAAAAAAAAAAAAAAAAKK!!
Sonó como si le hubiesen pisado a la vez el rabo a cincuenta gatos. El bicho se agitó otra vez violentamente, tratando de quitarme de encima. Yo estaba tan aterrado que no podía moverme, y me agarré con fuerza a su cuello. Era como un caballito de tiovivo, pero no tenía nada de divertido. De pronto, en mitad del violento forcejeo, el horroroso dragón dio un salto y cogió bastante altura. Se elevaba a unos dos metros del suelo, agitando sus alas y dando gritos. ¡Estaba volando! ¡¡Estaba montado sobre un dragón volador!! ¡¡Un dragón volador que quería quitarme de encima a toda costa!!
En menudo lío me había metido otra vez. Y Toilet no dejaba de canturrear esa cancioncita que se había aprendido, “Estatuas no”, sin darse cuenta de que estaba en peligro. El dragón daba vueltas por la habitación, y trataba de golpearme con su morro picudo, alargando una espantosa lengua morada. Por suerte, no me alcanzaba, por mucho que estirara el cuello hacia su propia grupa. Pero iba directo hacia la ventana de la sala, a toda velocidad, dispuesto a estrellarse contra ella.
- * *
Así que ahí estaba yo. Mi amiga Susana seguramente había sido secuestrada por los malvados asesinos de la secta del Linimento, unas cabezas tentaculares que habitaban el cuerpo de robots con forma de persona trajeada; Víctor había salido huyendo buscando ayuda, aunque seguramente se habría olvidado y estaba jugando a la videoconsola; me había encontrado con un robotito chiflado que tenía vida propia, pero que cantaba cosas sin sentido. Habíamos luchado contra robots gigantes y contra peligrosos perrazos metálicos, dentro de un palacio abandonado con un jardín paradisíaco que estaba en realidad hecho de plástico… ¡Vaya locura! Hacía sólo una semana que estaba tranquilamente en mi casa, y de pronto parecía haberme metido dentro del más peligroso y loco de todos. ¡¡Cabalgaba a lomos de un dragón volador en miniatura, que volaba en dirección a una ventana de cristal en lo alto del palacio!! ¡Menudo disparate! ¿Qué clase de aventura era esta? ¿Acaso era una pesadilla? ¿Qué habría sido del señor Arniches? ¿Por qué querían matarnos? ¿Por qué el constructor de todos esos monstruos de pesadilla se llamaba como el alcalde? ¿Y dónde encontraría algo para cenar?
La respuesta a todas estas preguntas, en la próxima entrega, dentro de quince días. ¡Hasta entonces!