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Los casos de Ángel Michigan, por Frunobulax y Glòria Langreo

Ángel Fernández es un adolescente madrileño, amante de todo tipo de historias de detectives y misterios, que un día, aburrido de tanto estudiar, decide disfrazarse de señor mayor y jugar a ser investigador privado. Pero en el mundo de los adultos, pocas cosas son un juego. El autor de estas aventuras escribe un blog sobre los Simpson y los tebeos. Las ilustraciones son de Glòria Langreo.

14. El patio de su casa es plasticular

Frunobulax y Glòria Langreo | 10 julio 2010



Estaba metido en un lío tremendo. Eran “clones”, tíos de esos grandotes con la cabeza voladora que había conocido estos últimos días. No eran treinta, como me pareció al principio, sino solamente 2. Pero eran muy ruidosos. Llevaban en sus manos unas linternas muy potentes, así que había más claridad en ese sótano que antes de que apagaran las luces.

Los dos clones se pararon en mitad de la habitación frente a mí, que me encontraba acurrucado y temblando, como un perrillo. Temía seriamente por mi vida… otra vez. Una lágrima rodó por mis mejillas, cuando uno de los armarios con patas se acercó hacia mí, y levantó una mano en el aire para golpearme. Pensé en el daño que me haría esa palma de mano cayendo sobre mi pobre cabecita mojada. Cerré los ojos y apreté los dientes. Por mi cabeza pasaron montones de cosas en un segundo. Me acordé de cuando era un bebé y dormía placidamente en la cuna; luego me recordé a mí mismo riéndome en el patio de preescolar; los momentos más felices de mi infancia, en el colegio; me acordé de Susana, de mis vacaciones en la playa, de mis juguetes, pensé en los maravillosos libros de aventuras que había leído, en los mejores, como los del detective Steve McKenzie, que eran mis favoritos; pensé otra vez en Susana, y en esos bonitos ojos brillantes detrás de sus gafotas, y en sus dientes cubiertos de brackets, como si fuesen la corona de la reina más hermosa de los mares…

Entonces abrí un ojo instintivamente, y ya no tenía encima al gigantesco clon que me iba a aplastar de un manotazo como a un mosquito. El clon estaba en el suelo, sobre el charco de agua, con la cabeza robótica sacada de su sitio, inmóvil y echando chispas por todas partes. El otro clon trataba de escapar por las escaleras hacia la superficie, mientras que Toilet, el pequeño robot, le apretaba con las pinzas en su culo de lata, y con la otra mano le pegaba mandobles en el abdomen. En mi cara se dibujó una sonrisa automática, y me incorporé para disfrutar del festín.

Toilet era mi nuevo mejor amigo. Acababa de salvarme la vida.

Y estaba profiriendo castañazos, trompicones y tantarantanes a esos cabezas huecas con una velocidad asombrosa. Se movía tan rápido, que parecía tener cincuenta brazos transparentes. Parecía un dibujo animado.

Por fin, el segundo enemigo quedó también reducido a un montón de tuercas, cables y chispazos, justo debajo de la escalinata. Toilet se volvió. Me di cuenta en ese momento de que ahora no tenía piernas… ni patas, ni nada de eso. Sino que de su parte de abajo le había salido una sola rueda, tamaño monopatín. Me miró fijamente, y se acercó un poco. Supe enseguida que no tenía que tener miedo.

—¡Eres tremendo! —dije, muy sonriente— ¡Peleas mejor que Trent W. Pick, mi detective favorito de las novelas!

—Ja_ja_ja_ja_ja. Mi_chi_gan e_res tre_men_do.

Toilet recibió mi piropo bailando el crusaíto y el maiquelyacson, y riendo a mandíbula batiente. Los dos nos estuvimos riendo hasta que me dolía la tripa. Pero entonces me acordé de Susana. Había que salir de allí.

—Toilet, tienes que ayudarme. Mi… mi amiga… quiero decir, mi novia… bueno, todavía no es mi novia, pero…

Toilet giró la cabeza. Lógicamente, no entendía nada de mi discurso.

—Susana, es una chica como yo, está dentro del palacio, y seguramente está en peligro. ¿Hay que ir a buscarla, ¿entiendes lo que digo?

—Toi_let en_tien_des lo que di_go.

Dudaba si mi nuevo amigo sería algo más listo que una tostadora.

—Tienes que comprender, Toilet, ¡tenemos que salir ahí arriba…!

—No_no_no_no_no_no_no a_rri_ba no_no_no_no_no_no… —dijo Toilet de pronto, mientras su cabeza giraba a toda velocidad.

—¿Arriba no?

—Nnnnnnnnnnnnn_ooo. Toi_let se_guir.

Me pareció entender que quería que fuese detrás de él, porque se dio la vuelta y comenzó a rodar, despacito, hacia el fondo del pasillo en el que le había encontrado. Enseguida llegamos a una estancia un poco más amplia que la que habíamos dejado atrás. Era un cuarto de baño para varias personas. En uno de los retretes entró Toilet, cogió un enchufe que colgaba junto al papel higiénico, y se conectó a una máquina muy extraña que había encima de la taza del wáter. Entendí enseguida que debía estar cargando la batería. Ahí debía ser donde vivía. Esperé unos pocos segundos. Cuando terminó, dio un par de vueltas por el baño, y finalmente cogió un libro del suelo, y me lo entregó. Eran unas pocas páginas grapadas, y estaba escrito en español. Parecían ser las instrucciones del robot, aunque por ningún sitio ponía su nombre —Toilet—, sino algo así como “Modelo C11H15NO2”. Vaya nombre. Pues yo seguiría llamándole Toilet.

Aproveché para aligerar un poco mi carga, al descubrir que quedaba papel higiénico en uno de los retretes libres. Ya entendéis a qué me refiero. Mientras tanto, Toilet me esperó pacientemente, vigilando la puerta en silencio, y dediqué unos minutos a leer las instrucciones.

No entendía nada de nada, y era aburridísimo. Parecía mi libro de Matemáticas. Todo repleto de fórmulas, esquemas, diagramas de Venn, dodeca-estructuras supra-helicoidales, números romanos y letras griegas por todas partes. Casi me duermo. Sin embargo, en mitad del manual había un papel doblado, que estaba escrito a mano, con un bolígrafo. Y ponía cosas normales. Decía lo siguiente:

«Esta unidad secreta dejó de fabricarse en marzo de 2000. C11H15NO2 es el último ejemplar de su generación. Fue sustituido por el modelo superior de apariencia humana y cabeza independiente, y confinado en este lugar para futura destrucción y desguace en caso de que fuera necesario reutilizar su maquinaria.

»Firmado: Elías Alvaraz Ferrer.»

Al ver la rúbrica, el papel se me cayó de las manos. Se mojó un poco, pero rapidamente lo doblé y me lo guardé en la mochila. Ahora lo comprendía todo. Debía ser por eso que Toilet odiaba tanto a los nuevos modelos, los clones. Por su culpa, llevaba casi 10 años encerrado en aquel horrible lugar. Y seguramente, los dos villanos que acababa de destrozar, venían a reírse de él, o a torturarle. Pero otro detalle de ese papel me había sorprendido también bastante:

El señor que firmaba ese papel, casualmente, se llamaba exactamente igual que el alcalde de la ciudad.

* * *


Un rato más tarde, Toilet y yo estábamos en marcha, y llevábamos caminando un buen rato a través de estrechos pasillos, en dirección a algún sitio. Toilet parecía recordar perfectamente el lugar, aunque era un verdadero laberinto de pasillos, sucios y malolientes. Además, por suerte sus ojos ahora se iluminaban más que antes, y veíamos perfectamente nuestro camino. Nos cruzamos con alguna rata, y de vez en cuando escuchábamos ruidos que daban bastante miedo, pero junto a Toilet me sentía seguro. Avanzábamos a buena marcha, y nos entretuvimos cantando. Le estuve enseñando a Toilet una de mis canciones favoritas, para pasar el rato.

«¡Vamos campeón / atrapa al ladrón / nadie te puede venceeeeeer, / si haces caso a tu corazón.». Era la sintonía del programa de mi detective favorito, Kevin Freeze. Cantábamos los dos a la vez, meneando las caderas, al tiempo que avanzábamos, mirando detenidamente al frente. De vez en cuando, algunas gotas de agua marrón y pestilente me caían encima, pero como ya estaba empapado no me importaba. Eso sí, mi madre se iba a llevar un cabreo enorme y me iba a querer meter entero en la lavadora.

Por fin, llegamos a una nueva habitación bastante grande. Esta vez, estaba vacía, y muy limpia. El pasillo, ante la puerta, terminaba en un desagüe, y por allí se colaba toda el agua que anegaba el laberinto. Las paredes de esta sala eran de azulejos blancos y azules, y sólo se veían algunas tuberías en el techo, recubiertas de gomaespuma. Y en un rincón, unas escaleras que daban a otra trampilla igualita a la que me trajo hasta estos pasillos. Pero esta vez, el techo estaba mucho más bajo. Un adulto incluso tendría que agacharse para no darse en la cabeza con él.

Toilet rodó hasta el lugar donde estaba la trampilla, y la abrió de un tirón con mucha facilidad, como si la tapa fuese de papel de arroz. ¡Por fin, veíamos la luz del sol!

Bueno, es un decir, porque seguía lloviendo abundantemente.

Pero era un placer dejar atrás toda esa humedad y toda esa oscuridad.

Fue muy gracioso ver cómo Toilet subía la escalera, dando saltitos sobre su rueda en cada peldaño, y sin utilizar los brazos mecánicos. A continuación subí yo, muy sonriente. Casi me había olvidado de todos nuestros problemas, aunque no me quitaba de la cabeza la idea de que Susana hubiese sido secuestrada, ¡o algo peor!

Salí a la calle, y cerré la compuerta despacito. Por lo menos, no llovía tanto como antes. Era una lluvia casi agradable. Los truenos sonaban bastante lejanos ya, aunque las nubes seguían siendo más oscuras que el sobaco de un gorila.

—¿Dónde estamos? —le pregunté a Toilet, pronunciando mucho las sílabas, como cuando un extranjero te para por la calle para preguntarte por algún lugar turístico.

—Dón_de esta_mos pa_la_cio del pa_tio —fue su respuesta, con esa graciosa voz metálica.

Estábamos, efectivamente, en mitad del patio interior del edificio. Esta vez, los jardines sí que estaban bien cuidados. Todo era verdísimo, había flores de colores chillones, los árboles eran frondosos y llenos de hojas, la vegetación era deslumbrante. Todo era tan bonito y tan lleno de vida, en contraste con el jardín exterior, que hasta parecía extraño.

Enseguida supe por qué todo estaba tan bien cuidado y tan reluciente: el césped no era real, sino de plástico. Comprobé que las plantas también eran metálicas, y recubiertas de pintura acrílica y varias capas de barniz. Incluso los árboles eran de mentira, de chapa de aluminio y huecos por dentro. Era un jardín tan auténtico como el del McBurger.

—Qué pena. Es el jardín más bonito que he visto en mi vida, pero es todo falso.

—Vi_da pe_ro es to_do fal_so —repitió Toilet, imitando mi encogimiento de hombros.

—¿Sabes cómo podemos encontrar a mi amiga Susana?

—Ga Su_sa_na.

Toilet me miró muy fijamente. Parecía atisbarse algo de vida a través de esos ojos tan grandes y tan profundos. En el fondo, muy al fondo de esos ojos, algo me miraba de verdad, con ternura. Era como si dentro de esa cabeza de latón hubiese una mente humana, o algo así. Sin embargo, estaba claro que sólo era un androide, fabricado por el hombre. Por algún hombre malvado y cruel que había decidido encerrarlo durante largos años. Sentí bastante pena por Toilet.

Pero antes de que me diese tiempo a decir nada, mi vista se desvió un poco hacia la espalda de Toilet, hacia el fondo del jardín. Algo se movía allí.

Era algo que se movía muy deprisa.

De hecho, se movía a toda velocidad.

Corría como una centella. Ni siquiera me dio tiempo a advertir a mi amigo con tuercas, ¡era un perro! Un perro rabioso, enorme, corría hacia nosotros con muy malas intenciones.

Cabalgaba, más que corría. Jadeando, con los ojos rojos inyectados en sangre. Era un ¡perro infernal!

—¡¡Cuida——¡!

Pero antes de que me diera tiempo a decir nada, aquel dóberman enorme, veloz y voraz, había llegado ya hasta el centro del patio donde nos encontrábamos, a grandes zancadas. Sólo tuve tiempo de comprobar, antes de que se nos echara encima, que era un robot. Un doberman robot que expulsaba espuma por la boca y podía pegar saltos de hasta tres metros. Es todo lo que supe antes de que la visión de su boca abierta grande como una papelera y repleta de dientes puntiagudos, saltando hacia mí, me hiciera olvidar todo lo demás.


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