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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento cuadragésimo: "Contraataque (Parte 3 de 17)"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 1 enero 2011



Tras la muerte llega el rito funerario y el duelo, pero a veces el duelo se junta con la guerra y la guerra no es más que el preludio de algo peor. Una semilla del futuro. En Gulf nadie parecía dudar de lo que quedaba por venir, era inevitable como la gravedad. Cada hora que pasaba era una hora más de vida para aquellos que habían cercenado la vida de Morg. Cada aliento que exhalaban era un aliento de más. Brutha lo sabía, la guardia de Gulf lo sabía y el resto lo sabía también.

Los días intensificaban los trabajos, el tiempo se comprimía como si alguien lo estuviera ahogando y ya nadie discutía nada. La eficacia en el golpe sustituía a cualquier otra consideración. Frontal, directo, doloroso. Devolverían el daño, pagarían la afrenta. Guerra y Venganza.

Tardaron dos ciclos de Luna en estar completamente preparados. Al amanecer del día en que se cumplía el primer ciclo, todo Gulf despertó de golpe, con una extraña sensación en el cuerpo que atribuyeron a los nervios por el combate. Brutha los calmó, aunque ella misma había notado como la energía a través de la cual canalizaban su magia se había “movido”, retorciéndose como un animal herido. Como si formara parte de un lago más grande en el que alguien acabara de tirar una piedra. Brutha calmó a todo el mundo menos a si misma, desde ese día tuvo pesadillas.

Soñaba sangre, soñaba explosiones de luz y veía cuerpos retorciéndose entre el fuego. Y de entre los cuerpos una figura de color ébano que su mente había desechado de su memoria: El brazo asesino de Nur. ¿Nadie más que ella lo sentía? Decidió centrarse en los asuntos militares para callar sus propios miedos.

Un ciclo completo después estaban listos. Atacarían el campamento de Loona al amanecer. Caerían sobre ellos como copos de nieve en una nevada, teñirían el campamento de sangre y romperían el cerco: Liberarían Gulf.

Cuando el sol despuntó por detrás de las primeras montañas, el ejercito rebelde de Gulf avanzó hacia las empalizadas, con Brutha al frente, armada y dispuesta.

Caminaban juntos y en filas, con aire marcial y silencioso, cuando un ruido los distrajo a la derecha. Eran un grupo pequeño, de unas sesenta personas. Andaban a toda velocidad, apelotonadas y cortándoles el paso. Celis iba al frente.

―¿Qué quieres? ―dijo Brutha―. ¿Por qué no estáis en la montaña?

El grupo se había parado ante el ejercito. La mayoría eran estudiantes de Celis o del grupo que estaba en la montañas usando la magia para visibilizar el valle para todo Whomba. Celis se acercó.

―Esto es un error ―murmuró Celis―, y no vamos a permitirlo.

Brutha sintió una furia incontenible y dio dos pasos al frente. Quería golpear a Celis, pero sabía que todo Gulf la estaba mirando. Se obligó a ser prudente.

―Es la decisión del consejo ―dijo―. ¿Vas a desobedecerla?
―¡No es la decisión del consejo¡ ¡Es tu decisión! Es la decisión que tú le has impuesto al consejo ―Celis hablaba nerviosa, con la voz entrecortada. Le temblaban las manos.

Brutha intentó sonar serena.

―¿Me acusas de manipular al consejo? ¿Acaso no estabas allí cuando hablamos y decidimos? ¿Acaso tú y tu grupo de chiquillos valéis más que todo Gulf? Eres maestra, Celis, pero no seas presuntuosa.

Celis se quedó callada, con los puños apretados por la frustración.

―Tienen… La gente tiene miedo.
―Yo no tengo miedo. ¡Gulf no tiene miedo!

Detrás de Brutha, el ejercito lanzó un grito compacto de furia. Parecía que Celis iba a romper a llorar.

―El ejército de Gulf no tiene miedo. En unas horas seremos libres. Ahora, aparta.

Brutha hizo una señal a su espalda para que volvieran a avanzar. Celis estaba frente a ellos, con gesto derrotado. El grupo que la acompañaba, al ver avanzar a los soldados, se sentó en el suelo. Brutha se detuvo.

―Esto es ridículo… Celis, diles que se levanten, por favor. Son apenas sesenta personas. Gulf está con nosotros.

Celis bajó la cabeza un segundo, como si estuviera meditando algo. Cuando volvió a alzarse, parecía más tranquila.

―Brutha, escúchame. Escúchame tan solo una vez más. Es cierto que fuiste al consejo y presentaste tus conclusiones y es cierto que decidimos atacar a quién nos atacó… Pero es un error. Y el motivo por el que todos te han seguido es porque no… no se nos ocurre nada mejor. Gulf no te apoya, Brutha. Gulf simplemente no sabe que hacer. Interpretas su silencio como un grito a tu favor, pero mira a tu alrededor… Eso que llamas ejercito tiene apenas un millar de nosotros. La mayor parte se queda en casa, no van a luchar.
―Loona a matado a Morg. Es uno de los nuestros. ¿Que tenemos que hacer? ¿Quedarnos sentados? ¿Esperar a ver quién es el siguiente? ¿Es eso? Coge a tus alumnos y diles que se sienten mirando al norte, a esperar la próxima bala. Sabes que tengo razón.

Celis se quedó callada. Se hizo el silencio. Por un segundo, Brutha pensó que todo lo que Celis decía tenía sentido y quiso que Thoros estuviera allí. Se preguntó si estaría a su lado con un arma o sentado en el suelo. Miró a su alrededor… Era cierto que el “ejercito” era pequeño, pero eso pasaba siempre. La gente tiene miedo a morir. La primera linea de combate es siempre más pequeña que la retaguardia.

―Brutha ―dijo Celis―. Yo también echo de menos a Morg. No es justo que seas la única que dicte como debemos honrarle. Tu misma lo has dicho: Era uno de los nuestros.
―¡Era mi amigo! ―gritó Brutha hasta quedarse sin aliento. Ronca, desencajada, perdiendo la compostura.

Nuevo silencio. Sintió movimiento detrás de ella. Una inquietud en las tropas. Y a esa inquietud le acompañó otra, algo en su interior que empezó con el vértigo de una duda, pero que en seguida se convirtió en certeza… Era una trampa. Lo vio tan claro como el día que ya estaba llenando todo el valle: Una trampa, iban de cabeza a una trampa. ¿Por qué Loona había disparado sobre Morg? ¿Por qué no sobre ella? Porque sabía lo que iba a suceder.

Miró de nuevo a Celis. Se acercó hasta ella. Los ojos azules y el pelo alborotado de la maestra temblaban casi como todo su cuerpo.

―Lo siento mucho ―dijo Celis―. No me gusta hacer ésto. Tu… Tú eres nuestra líder.
―No soy vuestra líder ―murmuró Brutha.

Agarró la mano de Celis y se dio la vuelta. Los soldados estaban tras ella, esperando. Y a sus lado estaba todo Gulf, conteniendo la respiración.

―No soy vuestra líder ―dijo Brutha con voz firme―. Si lo fuera, ahora saldríamos a la victoria y esta noche todo el Valle sería una mar de sangre. Si lo fuera, vengaríamos a Morg, que habría muerto por mi y no por nosotros. Si lo fuera, esta noche Loona estaría muerta y todo Whomba habría presenciado nuestra furia. Si fuera vuestra líder, Gulf estaría acabada… Pero no soy vuestra líder y por eso tenéis las responsabilidad de pararme los pies cuando no veo lo que vosotros veis. Y si no tenéis respuestas a mis preguntas… Maldita sea, abrir la boca y decirlo. No asumáis que yo sé lo que estoy haciendo, porque no voy a saberlo siempre.

Se hizo de nuevo el silencio, pero era un silencio distinto. Más compacto, más… alegre. Brutha siguió hablando.

―Han matado a Morg para que salgamos a por ellos, así que no podemos salir a por ellos ―dijo―. Tenemos que seguir dentro.

Alguien se movió. Era un hombre de unos cuarenta años, que estaba sentado en el grupo de Celis y que intentaba ponerse de pie.

―No ―dijo―. No podemos seguir aquí dentro.

Todo el mundo se volvió a mirarle. Celis se revolvió.

―¿Que dices, Almord? No podemos salir. ¡Nos matarán!
―No sé lo que tenemos que hacer, pero no podemos no hacer nada. Brutha tiene razón. Si no reaccionamos les estamos diciendo que pueden matarnos siempre que quieran. Nos estamos dejando morir. Yo no vine aquí para dejarme morir.

Celis miró a Brutha, que estaba sonriendo.

―En Whomba no lo entenderán. La gente verá como cargamos contra los legítimos guardianes de la paz ―dijo Celis. En su voz había una ansiedad delatora.

Otra voz se alzó entre los soldados.

―Bueno… Si en Whomba no les importa que algunos de esos “guardianes de la paz” mate a sangre fría a uno de los nuestros… A mi no me importa Whomba.

A sus palabras le siguieron algunas risas. Otra voz, está vez de mujer, se alzó entre las mismas.

―¡Quizás no saben qué hacer¡ Supongo que habrá a quién no le importe, pero también habrá quién sí. Llevamos mucho tiempo bloqueados y la gente no ha podido venir a ayudarnos ni a seguir creando magia pero… Bueno, nosotros eramos “de Whomba” antes de ser de aquí, ¿no?
―Seguimos siendo de Whomba- murmuró Celis.

Miró a Brutha y le sonrió.

―Todos mis amigos murieron por hacerle frente a los dioses. Llevo años intentando vencer sin combatir…
―Se nos ha dado bastante bien hasta ahora ―dijo Brutha.
―Tienes razón, hasta ahora. Pero hoy no es suficiente.

Las dos se miraron y se dieron un apretón de manos.

―Tengo un plan ―dijo Celis―. No es… no es perfecto, ni siquiera sé si es una buena idea, pero podría funcionar.

Brutha la sonrió.

―Entonces tenemos mucho que hacer.

Celis iba a contar su plan, cuando alguien gritó desde la empalizada. Todos en Gulf escucharon las palabras, pero la mayoría no podía creerlas. Los vigías dijeron “Por el camino sur viene Mur, el Carnero, Dios de la abundancia. Porta bandera blanca y parece venir en son de paz”


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