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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento trigesimo noveno: "Sangre de dioses en Glarj (Parte 2 de 17)"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 25 diciembre 2010



El templo de Glarj era una construcción de roca en medio del desierto de Perelin. Un lugar bañado por la arena y las dunas, pero cuyas paredes estaban rodeadas de un vergel de plantas que se enredaban por los torreones y las ruinas. Parecía transportado allí desde otro lugar, como si el paisaje sufriera una discontinuidad y la arena no se atreviera a entrar en el templo.

El Interior del mismo se componía de dos partes bien diferenciadas, un emiciclo con forma de coliseo abierto a las estrellas y una red intrincada de pasillos y túneles escavados en la roca. Era un lugar abandonado y perdido de Whomba al que jamás asistía nadie. El lugar perfecto para una reunión… o para una emboscada.

Fregha entró en el hemiciclo con cuidado de no mancharse los pies con la sangre y los restos de viceras de los dioses menores que estaban caídos a su alrededor. Cientos de ellos, pequeñas criaturas de poder que representaban otras tantas formas de entender la devoción. Dioses del trigo, de la pesca, del campo y la montaña. Dioses menores muertos, carbonizados bajo el yugo asesino de Nansi.

El olor a putrefacción y muerte le entraba por las fosas nasales y le cortaba la digestión. Allí tirados, con el pelo ennegrecido, los dientes como único vestigio de su presencia y el cuerpo retorcido en posiciones imposibles, parecían más hombres que dioses. Le llamó la atención uno de ellos, una mujer anciana, que se había quedado agarrada a una de las rocas. Sobre la misma había un bajo relieve que representaba a un hombre lobo, estaba erguido y llevaba una ofrenda hacia algo que se había borrado hacía tiempo. A Fregha la imagen le resultó irónica.

No estaban todos, claro. Algunos no habían llegado a la convocatoria y otros la habían ignorado. Algunos estaban, probablemente, bajo el abrigo de Mighos, pensando que correrían mejor suerte. Pero habían caído muchos. Los habían llamado sus mayores para un encuentro, el primero después de mucho tiempo. Venían atraídos por los cantos de sirena del miedo y el cobijo. La noticia era sabida por todos los dioses de Whomba. Una criatura los estaba matando y los dioses mayores los llamaban a refugiarse bajo su manto. “Pobres”- pensó Fregha. Eran pequeños, inútiles escudos esperando liberar su poder, que ahora era de esa criatura, de Nansi.

Nansi, que estaba en medio del hemiciclo, sonriente y tranquilo, como si no acaba de sesgar cientos de vidas. Las palabras que había pronunciado antes de lanzarse al combate (Si es que aquella matanza era digna de tal nombre) aún resonaban en la cabeza de Fregha:

«Soy Nansi, soy la paz y la luz. La vida que se extiende y siega las vidas que destruyen Whomba. El agua que llena el pozo que vosotros secáis con vuestro poder. Soy el fruto que germina, soy el monzón.».

Le había resultado repugnante oír aquello, mentiroso, desprovisto de vida. Como un eco que habla o un títere que proyecta la voz. Sin embargo, ese títere era ahora la criatura más poderosa de todo Whomba. Más que ella, sin duda. Tocaba rendirse.

A su lado estaban Parhem, Frehn y Gish, que caminaban en silencio, sobrecogidos por la masacre. Detrás del propio Nansi estaba Barlhar, Paciente, tranquilo, con las manos cruzadas en la espalda. Fregha pensó que era la primera vez en su vida que era incapaz de saber que pasaba por la mente de su hijo.

Los cuatro dioses se acercaron a Nansi sin saber muy bien que hacer. Se quedaron parados frente a Nansi, en silencio. De pronto, Gish se inclinó en señal de respeto y el resto le siguió sin demasiado convencimiento, probablemente por la falta de costumbre.

—Mi señor… Nansi —dijo Gish—. Mi nombre es Gish, soy el dios de la risa. Mi espíritu es burlón, pero bajo mis palabras se esconden verdades. No miento si digo que me siento honrado de poder servirle.

Siguió el silencio. Nansi parecía mirar a través de ellos.

—Yo soy Frehn —continuó el Dios del cambio—. Fui durante un tiempo el dios de las transformaciones y mi poder era el del tiempo que pasa, pero hoy ya no soy más ese dios, pues te sirvo a ti, Nansi, que serás eterno.

El siguiente en hablar fue Parhem.

—Parhem es mi nombre, Nansi. Soy dios de la pasión y el amor. Algunos me llaman “El Cazador”, y mis flechas solo apuntarán al objetivo que tú ordenes, pues tuyos son a partir de hoy los corazones de Whomba.

Fregha supo que le tocaba el turno y sintió una incomodidad casi física. Durante un momento dejó que la idea de darse la vuelta y marcharse de allí aflorara en su mente. Pero en seguida reflexionó y se dio cuenta de que la huída era imposible. Se inclinó de nuevo y dijo:

—Yo soy Fregha, señora de los secretos de Whomba y hoy…

Una risilla interrumpió su discurso. Un sonido siseante, como un silbido atravesando unos colmillo. Fregha miró hacia arriba. Quién reía era su hijo, Barlhar. Al verse descubierto, no disimuló más y la risa se abrió paso a través de su garganta con más fuerza.

—Impresionante, increíble. Nunca pensé que llegaría a ver éste día.

Fregha sintió una punzada de miedo en el corazón. Una sombra nubló su mente. ¿Tenía su hijo un secreto?. Los otros tres dioses se miraron sin saber que hacer.

—Piensas que soy tan poca cosa, tan miserable, que no he tenido que preocuparme de cubrir mis pasos —prosiguió Barlhar.
—Para, ¿qué estás diciendo? —la voz de Fregha denotaba un pánico imposible de disimular.

Barlhar avanzó hasta colocarse delante de Nansi. Frehn, Gish y Parhem dieron un paso atrás casi instintivo.

—¡Digo que me tienes en tan baja consideración que puedo conspirar delante de ti sin que puedas si quiera preguntarte que pensamientos cruzan mi mente¡ Tuve que preocuparme de matar a Zenihd porque sabía que no podría mentir delante de el, que sería descubierto en seguida. ¿Pero tú? Puedo ocultar lo que quiera delante de ti porque ni siquiera te preocupas de mirarme.

Los ojos de Barlhar estaba enchidos en llamas. Rabioso, con una furia que Fregha no le conocía.

—¿¡Qué has hecho!? —gritó la diosa—. ¿Qué nos has hecho?
—Estáis tan podridos como todos los que hoy han caído aquí. Tan podridos como yo. Y como yo moriré, que váis a morir vosotros.

Gish se dió la vuelta y salió corriendo poséido por el miedo. Nansi, sin preocuparse de las palabras de Barlhar dirigió la mirada hacia él, materializó su cuchillo ritual de la nada y pegó un salto imposible. Cayó frente al propio Gish y le rajó el cuello de parte a parte. El Dios cayó de rodillas, balbuceando. Antes de llegal al suelo estaba muerto.

—Yo voy a morir —dijo Barlhar henchido de excitación—, pero por Whomba que voy a veros caer primero.

Frehn rompió a llorar y salió corriendo en dirección a Nansi. Se postró ante el de rodillas. Fregha, mientras tanto, intentó escapar. Barlhar la agarró, primero del brazo y luego del pelo y la tiró al suelo. La diosa se manchó su vestido y cayó junto a los restos a algún dios olvidado. Al empujarlo se hizo ceniza. Barlahar se arrodilló junto a ella y le cogió con fuerza del cuello. Le arrancó el velo de la cara y le miró a lo bellisimos ojos.

—Mira algo con tus propios ojos por una vez en la vida —le dijo.

Parhem no se había movido del sitio. Se puso en posición de combate y sacó la ballesta. Disparó sin pensarlo y atravesó el corazónn de Frehn, que se retoció llevando los brazos a la espalda intentando alcanzar la flecha. Nansi lo miró con gesto de incomprensión.

—Nansi —dijo Parhem—, no voy a enfrentarme a ti. Quiero servirte. Mataré a quien me digas. Seré tu espada en Whomba. Doblegaremos la tierra.

Nansi se acercó andando hasta él.

—¿Me quieres? —dijo Nansi con la voz cargada de sentimiento.

Parhem le miró a los ojos con amor.

—Claro —dijo.

Fregha se revolvió y Barlhar volvió a sujetarla con fuerza, retorciéndole el brazo. El pelo le caía por la cara y su cuerpo se congestionaba de sudor.

—Espera —le susurró al oído—. Ahora iremos a por ti.

Las lágrimas caían por el rostro de Parhem, como si fuera un niño pequeño. Nansi le acarició la mejilla y le enjuagó las lágrimas.

—Yo no he venido a dominar Whomba —le dijo—, sino a salvarla. Yo soy eterno, porque soy la paz. Soy el fin de todo mal.
—Por eso te quiero —dijo Parhem temblando.

Nansi le sonrió afectuoso.

—Si me quieres, entrégame tu corazón —dijo.

Fregha no pudo evitar gritar de horror cuando vió a Parhem arrancándose la piel con sus propias manos y hundiendo su mano en su propio cuerpo para arrancarse el corazón.

—Eso es devoción —susurró Barlhar, al tiempo que el cuerpo de Parhem caía al suelo con un sonido hueco, como de cerámica rota—. No te preocupes, madre, de ti no quiere tu corazón.

Nansi se acercó hasta la diosa Fregha. Barlhar la había soltado y se reía divertido mientras veía a su madre gatear y gemir de terror.

—Fregha, soy Nansi. Soy la paz del mundo, ¿me quieres?

Fregha se sintió poseída por una fuerza superior a toda la que había sentido de si misma a lo largo de su vida. Una fuerza como un calor que iba llenando su cuerpo. La diosa se dió la vuelta llena de furía. Concentró todo su poder y toda su energía y miró a Nansi a los ojos.

—¿Me quieres? —dijo Nansi.

Frega seguía concentrada, notaba la tensión en todo su cuerpo. Se puso en pie y se secó las lágrimas. Sentía una rigidez que iba aplastando su cuerpo.

—Fregha, responde —continuó Nansi—: ¿me quieres?
—Si —dijo la diosa de los secretos sin poder evitarlo.
—Dame tu voz —dijo Nansi—. Dame tu palabra.

Nansi enttegó el puñal ritual a Fregha. Fregha abrió la boca se acercó el puñal. Gritó de desesperación mientras el puñakl se acercaba a su boca.

—¡Morirás a manos de dioses! —le gritó a Nansi.

Fregha usó los restos de su poder para sellar el destino de Nansi. Sin ninguna esperanza, por puro asco. Se sentía incapaz de saber qué le depararía el destino a su hijo, nunca había podido saberlo y eso, para ella, era el gesto evidente del amor que sentía por el. Aunque jamás se lo había dicho.

La lengua de Fregha cayó al suelo, cercenada de un tajo. La diosa cayó al suelo con la boca llena de sangre. Nansi fue hacia ella, pero de pronto… Fregha desapareció.

Nansi estaba confundido. Barlahar le pegó una patada a la lengua de su madre con despreció, como si fuera una alimaña o un insecto.

—No te preocupes —le dijo a Nansi—, cuando está en peligro, siempre vuelve a casa. Está en Lorimar. Que se quede allí llorando y esperando a que vayamos a buscarla. Matarla sería demasiado… rápido.
—Con ella viva, tú sigues vivo —dijo Nansi.
-Caerá, tranquilo. Pero ahora mismo no le queda poder. No puede hacer nada.

Barlhar se sentía excitado, pero se obligó a calmarse. De pronto, el lugar le devolvió el olor de la muerte.

—Vámonos de aquí, Nansi. Ya hemos hecho lo que queríamos hacer.
—¿Y Ahora?.
—Ahora —dijo Barlhar—. Whomba debe conocer a su salvador.


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