Pequeño LdN


El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Capítulo vigésimo séptimo: "Cuarto consejo de dioses"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 25 septiembre 2010



Fregha observaba la mesa y a los dioses que tenía a su alrededor. Vio a su hijo, al fondo, con el libro de actas, con su expresión habitual de temor. Fregha no pudo evitar pensar que era un pusilánime. Que no debería haberle llevado al consejo. Aun así, fue él quien dio la voz de alarma y fue él quien, de alguna forma, puso en marcha todo aquello. Eso había que reconocérselo.

Sobre la mesa, Parhem había dejado el manuscrito de Lorimar que había conseguido robarle a la negociadora Brutha. Al verlo ahí le pareció que habían dedicado demasiados esfuerzos para algo que ahora le parecía nimio.

Repasó también las sillas vacías, los ausentes. Merher no había asistido a la reunión. Si bien es cierto que no iba a ninguna desde que su hermana y él tuvieron esa discusión por el asunto de Gulf hace ya demasiado tiempo, antes se le podía localizar en algún lugar de Whomba, cumpliendo con sus obligaciones. Pero ahora parecía que se lo había tragado la tierra, ni una señal en varios ciclos de luna.

Y eso no era lo más grave, tampoco estaba Rhom. El Dios de la Guerra no había respondido a la llamada. Jamás se había perdido un consejo y ahora parecía desaparecido… Los pensamientos de Fregha la llevaron a lugares oscuros por los que no quería transitar.

—Tenemos que hacer algo y tenemos que hacerlo ya —dijo Marh.

Fregha reconocía una impaciencia inusual en Marh, un ansia extraña.

—¿Y qué vamos a hacer? —dijo Frenh—, ¿cúal es el peligro del que vamos a salvar a Whomba esta vez?
—Son los malditos, Frenh —Zenihd se había puesto en pie—, ¿te parece poco?
—¿Y quién recuerda a los malditos más que tú y que yo? Nadie, nadie en todo Whomba —Frenh tenía razón—. No podemos asustarles con cuentos de algo que ni siquiera conocen.

Marh se puso de pie también y deambuló por la sala. Parecía un perro enjaulado, quería terminar cuanto antes.

—¡No necesitamos cuentos! Esa gente está usando magia, ¡magia!.

Se hizo el silencio. El primero en retomar la conversación fue Parhem…

—Marh, siéntate y cálmante, por favor. Así que un grupito de campesinos ha montado un campamento en ese montón de piedras que tu hermano te robó… que se ocupe tu hermano.
—No seas insolente —contestó Marh como un látigo—. Tu hombre iba a partirle el corazón a Brutha y ahora mira cómo estamos…
—El manuscrito de Lorimar está aquí y, por lo que sabemos, Nur ha muerto, ¿no es verdad? —dijo Parhem.

Ninguno de los presentes querían hablar de la muerte de Nur, lo llamaban muerte por no llamarlo asesinato. Fregha volvió a sentir la inquietud. Marh seguía hablando.

—No son un grupo de campesinos sin más. Para empezar tienen a Brutha, tienen al “perro”…
—Ya dije yo —cortó Ghish, como si no fuera con él— que no era buena idea quedarnos con esa camada, que traería problemas… pero dijisteis que serían buenos corceles, botín de guerra.

Marh prosiguió como si no hubiera oído a Ghish

—Y tienen a Celis. Eso quiere decir que pueden saber lo que pasó, puede que Nur se lo contara. Y no sólo eso, ¿habéis leído lo que han escrito? Están reclamando un territorio que no es suyo.
—Celis es de Gulf —dijo Parhem.
—¡Gulf es nuestro! —chilló Marh—. Dicen que cada día llegan peregrinos atravesando las montañas y rinden pleitesía a su nuevo gobierno, dicen que la magia crece entre ellos. ¿Qué creéis que va a pasar cuando el resto de Whomba se entere?
—¿Y qué sugieres que hagamos? —dijo Fregha por primera vez en toda la reunión.

Marh se la quedó mirando. Estaba roja, su belleza palidecía. Fregha se preguntó cuánto tiempo hacía que dormía mal.

—Sugiero que les digamos a los hombres y mujeres de Whomba que una amenaza maligna crece en las montañas de Gulf, sugiero que empecemos a contar las verdades de esa supuesta magia, sugiero que juntemos una milicia y saltemos sobre ellos con los pies juntos.

Las palabras de Marh recogieron algunos vítores.

—Rhom estaría de acuerdo —dijo Barlhar.

La sala se sumió en el silencio. Fregha miró a su hijo, era evidente que ninguno de ellos quería preguntar ni preguntarse por la ausencia del dios. La visita a los consejos no era obligatoria, pero había algo siniestro enmarañando el silencio del dios de la guerra. Si Barlhar lo había sacado a colación era por algo. Fregha escrutó los ojos de su hijo, detrás de su miedo había una insolencia, un desprecio… Barlhar los odiaba.

Marh resolvió por la tangente.

—Rhom no está aquí. Ha habido batallas antes de Rhom…
—…Y habrá batallas después —dijo Barlhar.

El silencio se hizo más pesado.

—Yo digo que sí—prosiguió Barlhar—. Acabemos con esos insectos antes de pasar a proyectos más grandes y problemas más serios.

Nadie tomó en cuenta las palabras de Barlhar porque solía fanfarronear, pero Fregha le conocía bien y sabía que nada de lo que salía de su boca era una casualidad. Nada.

—¿Quién puede acaudillar una milicia con ese objetivo? No hemos sido desafiados, no podemos ser nosotros —dijo Mighos.
—Yo me encargaré de eso, anunció Fregha. Tengo a la persona indicada.
—En cuanto a contar la verdad, es evidente que ese es mi trabajo —dijo Zenihd, dejando caer su lengua bífida…

No hizo falta decir más. Se votó, se dispuso. Aplastarían a Brutha y los suyos, borrarían el rastro de la magia de Whomba. Darían una lección.

Los dioses se marcharon uno a uno. La primera en hacerlo, apresurada, nerviosa a pesar de haberse salido con la suya, fue Marh. Fregha se acercó a su hijo a la salida.

—Madre —dijo Barlhar.
—O eres muy imprudente o muy sabio. ¿Qué sabes que tu madre ignora?
—Soy el dios del Conocimiento, madre. Es mi deber saberlo todo.
—Yo soy la diosa de los Secretos, y hasta yo sé que hay normas infranqueables, nuestro poder no se vuelve hacia los nuestros.

Barlhar guardó silencio un segundo, caminó pensativo.

—Nuestro poder ya se ha vuelto contra Nur —dijo—. Podéis fingir que no habéis roto vuestro pacto, pero lo habéis hecho.
—También es tu pacto, hijo. No te permitas el lujo de pensar que no es así.
—Lo que quiero decir, madre, es que ese pacto ya no vale para nadie.

Fregha y Barlhar caminaron en silencio.

—¿Has visto a Marh en la reunión? —dijo Fregha.
—La he visto.
—¿Qué crees que le pasa? ¿Qué es lo que sabes, hijo?
—Solo tengo sospechas, no lo puedo probar, pero… Marh y Merher crean una criatura para matar a un dios, luego Merher desaparece, Nur muere… y ahora Rhom no viene al consejo.
—Y Marh está deseando salir de aquí —completó Fregha—. ¿Crees que están tramando algo?

Barlhar miró a su madre con seriedad. Una sombra de duda le recorrió la espalda, sus cabellos se erizaron.

—O eso… O está muerta de miedo —dijo Barlhar—. En cualquier caso, debemos estar atentos.


Comentarios

¡Sé el primero en opinar!

Deja un comentario

Recordar

Sobre Pequeño LdN



Archivo:

  • Listado de números
  • Mostrar columna

Créditos:

Un proyecto de Libro de notas

Dirección: Óscar Alarcia

Licencia Creative Commons.

Diseño del sitio: Óscar Villán

Programación: Juanjo Navarro

Mascota e ilustraciones de portada: Antonio G. de Santiago

Desarrollado con Textpattern


Contacto     Suscripción     Aviso legal


Suscripción por email:

Tu dirección de email: