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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento vigésimo segundo: "Brutha y Morg"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 10 julio 2010



Cuando era pequeña, a Brutha le gustaba pasar su mano por la hierba en los alrededores de la casa de sus padres. Había nacido en una pequeña granja en medio de las llanuras de Gharm. Ahora, mientras repetía ese gesto infantil, se sentía más perdida que nunca. No era capaz de explicar el impulso que le había llevado de nuevo a su casa, donde sus padres hacía años que habían muerto.

Probablemente fuera por Koren. Todo lo que el chico había hecho desde que se conocieron encerraba ahora misterios enormes. Su marcha precipitada tras pasar juntos una noche de amor, la carta que le dejó declarándole a la vez su amor y rebelando los hilos de un destino que iba más allá de ellos mismos y, por supuesto, la desaparición del manuscrito de Lorimar. ¿Qué debía hacer? ¿Debía seguir a Koren? ¿Debía dejar que él contactara de nuevo con ella? En el misterio de sus respuestas, tan llenas de nuevas preguntas, su amor por el muchacho y el deseo por verle de nuevo creció, creció y creció. Pero los días pasaban y no había noticias. Una sensación de incertidumbre crecía en ella y, de pronto, se vio volviendo a casa.

Y ahora estaba allí, tocando la hierba húmeda, observando las enormes llanuras, dejando que el sol se ocultara como cada día, sin hablar con nadie. Dormía al raso, mirando a las estrellas, dejando que el viento enloquecido de las noches de Gharm le rizara aún más el pelo.

Había días que pensaba en olvidarlo todo y quedarse allí a cultivar la tierra… pero luego recordaba la profecía y la llamada que las estrellas habían hecho sobre su nombre. Sentía un bloqueo, una incapacidad para pensar y una melancolía, un deseo por recordar cosas que, en realidad, nunca habían sucedido.

En la tarde del noveno día, casi a mitad del ciclo lunar, vio una figura recortarse en el horizonte. Alguien a quien no esperaba ver nunca más: Morg.

Al verle sintió una extraña sensación de incertidumbre y una tensión se apoderó de sus músculos. Su amigo más querido, a quien se había obligado a desterrar de su mente, volvía a su vida en su peor momento… y lejos de sentir afecto, le pareció un síntoma de preocupación. Sin embargo, le esperó sentada en la hierba, fingiendo tranquilidad.

Morg llegó hasta donde estaba Brutha con el sol a su espalda. Tampoco él se sintió cómodo con la presencia de la chica.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Brutha.

El tono de sus palabras sonó mucho más seco de lo que la habría gustado.

—He venido a decirte algo.

Morg se sorprendió por la gravedad de su tono. Pensó que no debería estar allí. Que no debería haber venido. Pero luego se dijo que su amiga merecía saber la verdad, costara lo que costara.

—He venido por Koren…

Brutha se puso en pie inmediatamente, acto seguido dio un paso atrás, algo automático. Miró a Morg a los ojos.

—¿Qué le ha pasado? —dijo la chica llena de preocupación, como si Morg fuera un emisario, un amigo de Koren, alguien en ese plan cuyas lineas maestras no le dejaban ver.

—Él… Te estaba engañando.

Las palabras de Morg salieron muertas de su boca, como las de un niño pequeño que se disculpa antes de que alguien sepa qué es lo que ha hecho. Brutha sintió cómo su corazón se aceleraba, una furia latente la iba poseyendo. ¿Qué sabía Morg de Koren? ¿Por qué hablaba de él en pasado?

—Quería… engatusarte para quitarte el… ese papel que nos dio aquella mujer.

—¿Y qué podía saber él de eso?

La voz de Brutha tenía la cualidad de un látigo.

—Hizo un acuerdo con Parhem.

—¡Eso no es posible! Koren no podía pactar con los dioses, sólo nosotros podemos.

Morg sintió una sensación de mareo. Todo se estaba precipitando por una pendiente desconocida.

—Yo lo vi.

Brutha sintió que esa furia iba tomando el control. Sin darse casi cuenta, se había agachado, estaba tocando con los dedos el nácar de su escopeta.

—¿Nos seguiste? ¡Te dije que te marcharas!

Morg sacudió la cabeza, intentó hablar, pero su lado animal fue más fuerte que él. Soltó un gruñido largo, contra el cielo, a la nada. Brutha tenía agarrada la escopeta. Y no tenía miedo.

—¿Qué le has hecho? —retomó el tono sereno y frío con el que realizaba sus transacciones con los dioses.

Morg la miró con unos ojos que parecían no conocerla.

—¡Qué le has hecho! —repitió Brutha mientras levantaba el arma.

Brutha nunca había visto llorar a Morg, pero las lágrimas que empezaban a formarse en sus ojos no le dieron ninguna pena. Repitió su pregunta, más alto si cabe que las dos veces anteriores. Morg la miró y giró la cabeza como si fuera un perro intentando encontrar a su amo.

—Le he seguido, le he obligado a confesar y luego le he abierto las tripas y me he comido su corazón —la furia del hombre lobo emanaba de su cuerpo como un géiser y, sin embargo, su voz seguía ronca, débil, infantil.

Una lágrima recorrió la cara de Brutha. Los dioses tenían razón. Pudo ver con claridad lo que iba a pasar a continuación. Supo que las palabras de la diosa Fregha tenían sentido, supo que la muerte de Morg la haría más fuerte que nunca. Supo que no había otro camino, y que ése era el correcto. Sintió el vacío de la muerte de Koren adueñándose de sus dedos hacia el gatillo.

Morg se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, y volvió a mirar a Brutha

—Lo hice por tí —dijo despojado de toda furia.

—¡Y quién eres tú para pensar por mí! ¡Para matar por mí! ¡Para decidir por mí!

Morg la miró sin comprender.

—Soy tu amigo —le dijo.

Brutha parpadeó un par de veces. Sintió algo que se removía en su interior. Una culebra parecida a un cosquilleo. Levantó el arma y apuntó. Morg no se movió. Al contrario, separó los brazos en señal de rendición.

Pasaron los segundos. Brutha mirándole con la mano en el gatillo, él con la cabeza firme, en dirección a la suya. Aceptando la muerte, pero sin aceptar derrota alguna. Lleno de una dignidad inamovible, segura.

«Los dioses no se equivocan» —pensó Brutha—, «¿Verdad?».

La sensación de cosquilleo crecía, la confianza de Brutha se resquebrajaba. O más bien, era sustituida por una nueva sensación de calor y poder. Un calor y un poder reconfortante. Morg la miró, notó que algo pasaba, pero no dijo nada. Brutha miró a su amigo y supo lo que iba a suceder después.

El arma de Brutha descendió lentamente hasta apuntar al suelo. Morg sonrió levemente.

—Hizo un pacto con Parhem —añadió.

Brutha le oyó a duras penas, porque la sensación de calor había crecido exponencialmente, y ahora la rodeaba por completo. Notó cómo se le erizaba el pelo de la nuca.
—Brutha, ¿qué te pasá?

—Es Magia —la voz venía de algún lugar a su derecha.

Los dos miraron. Allí estaba la mujer que les había entregado el manifiesto de Lorimar mucho tiempo atrás, pero parecía distinta, poderosa, elegante y mucho más serena.

—Sí, sí, sí. Me hago invisible, aparezco de la nada, bla, bla, bla.

Se acercó a ellos.

—Eso que sientes es magia. Lo sé porque yo también la siento. Se hará más intenso cuando estés junto a otra gente que también la controle.

Brutha no sabía qué decir.

—¿Qué…? ¿Por qué?

—La versión corta es que cuando los humanos estamos sometidos a una tensión emocional muy fuerte, la magia se nos dispara. A mí me apareció después de que ésa que llamas tu maestra matara a uno de mis mejores amigos y porque tenía miedo de morir. A tí… bueno, supongo que… ya sabes.

Miró a Morg. Morg miró a Brutha.

—La diosa Fregha me dijo hace años que algún día iba a matarte —dijo Brutha mirando a Morg—. Intenté por todos los medios alejarme de ti, pero ahora parecía tener…

—Sentido —dijo la mujer—. Sí, esa zarrapastrosa es bastante lista. Creo que en realidad no conoce los secretos, sino que… de alguna manera manipula a la gente y convierte en realidad lo que se le pasa por la cabeza. Así os mantiene controlados.

—¿Fregha te dijo eso? —dijo Morg.

Brutha asintió.

—¿Cúal es la versión larga? —dijo Morg—. Y por cierto, ¿quién demonios eres tú?

—Me llamo Celis, soy de los cuatro de Gulf, pero por supuesto vosotros no sabéis lo que es eso. En cuanto a la versión larga —Celis suspiró—, la verdad es que no la recuerdo. Pero no pasa nada, son las pegas de viajar desde el Olvido. No importa, él nos lo explicará.

—¿Quién es él? —dijo Brutha.

—El dios Nur, el olvidado, el caído, padre de las mentiras, ya sabes. Nos está esperando.

Celis se quedó mirando a Morg y a Brutha, que no reaccionaron.

—Vamos, vamos, daros un abrazo o lo que sea que tengáis que hacer, tenemos mucho que hacer.

—¿Qué tenemos que hacer? —dijo Brutha.

—Cambiar el mundo de abajo a arriba, por supuesto —dijo Celis sonriendo.

Brutha miró a Morg, que le devolvió la mirada. Se sonrieron. Brutha cogió la mano de Morg y la pasó por la hierba. «Gracias», le dijo.


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