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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento vigésimo primero: "El atardecer de Nanna"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 3 julio 2010



Amanecería en pocas horas, pero la luz no atravesaría los árboles hasta el mediodía. Una sombra cruzaba los bosques de Malparte. Caminaba sola, con la cabeza baja, murmurando algo… quizás una canción mal cantada. De vez en cuando alzaba la voz y luego volvía al susurro. En la mano derecha tenía una botella de licor, en la izquierda una escopeta de nácar: era Loona, la negociadora, y estaba borracha.

Sus pasos no seguían un rumbo fijo, se detenían, avanzaban rápido, divagaban, amagaban de nuevo. No parecía ir a ninguna parte.

—Protegednos dioses… protegednos… —su voz se encendía y se apagaba—. Somos la… vuestra voz. ¡Hombres! Protegednos… Seremos vuestra palabra en… allí.

El ambiente del bosque era fresco, la capa de árboles no solo protegía del sol, también generaba corrientes de aire y mantenía la humedad en el suelo, tupido y cubierto de hierba fresca. Loona seguía avanzando hacia la nada, cantando y con los brazos extendidos.

En su estado no se daba cuenta de que, a pocos metros, la estaban observando.

Detrás de un árbol cercano, agazapada, había una mujer joven, alguien que acababa de abandonar la adolescencia. Tenía el pelo negro azabache, una melena larga recogida en una coleta. Los ojos eran también oscuros y bellos, pero acompañados de una determinación algo extraña, perturbadora. Era Nanna, la maldita, a la que los relatos que pasaban de pueblo en pueblo llamaban “La Invisible”.

Se decía de ella todo tipo de cosas, la mayor parte mentira. Las versiones más alocadas decían que era una bruja y que fornicaba con animales. Las más prudentes, que vendía sus conocimientos de magia por algo de comedia. Solo unas pocas conocían la verdad: Nanna había pasado el tiempo que sus compañeros dedicaban a entrar en la biblioteca de Ghizah y a tomar el templo de Nasder en ejercitar su cuerpo en las artes del combate, en aprender a pelear y a seguir un rastro. Se había convertido en una cazadora detrás de su presa. Había estudiado con los mejores y había descubierto sus propias herramientas. Había aprendido sola a utilizar su poder para aparecer, desaparecer, moverse en las sombras, etc. Pero no había perdido de vista su objetivo. Ni siquiera cuando Nasder cayó y el cuerpo de su hermano Gonz fue expuesto como un pelele, se dio permiso para llorarle. Ni siquiera cuando perdió toda esperanza de que Celis hubiera conseguido su objetivo común, ni siquiera entonces se dio permiso para descansar, repensar su plan, ayudar a los suyos. Puso su vida al servicio de su proyecto, sin afecto y sin miedo.

Loona se desplomó hacia adelante, imposible saber si dormida o inconsciente. Nanna salió de entre las sombras y caminó a su lado con prudencia. No se fiaba de la negociadora. Orbitó a su alrededor como un buitre en busca de su carroña. Loona no se movió. Nanna se acercó y le dio una leve patada en las costillas. Nada. Ahí estaba, a su merced. La causante de todos su mal. En su mano derecha aún empuñada el mismo arma con la que mató a Xebra. Al pequeño e inteligente Xebra, que incluso tenía dudas sobre si debían emprender ese viaje.

Una furia repentina se apoderó de Nanna y le propinó una nueva patada a Loona. Esta vez más fuerte. Loona se revolvió sin mucha convicción, dando una vuelta sobre su propia tripa y quedando boca arriba. Estaba durmiendo. Una borracha más durmiendo su borrachera al sol. Eso y nada más que eso.

Nanna la cogió y la arrastró al borde del camino, apoyó su cuerpo contra un árbol y la dejó recostada. Le quitó la escopeta y la botella y se fue al otro lado del camino, dónde se la quedó mirando sin hacer nada durante horas. Nanna no se movió en todo ese tiempo. No se fiaba ni si quiera de sí misma, no se permitió dormir. Loona volvió en sí a media tarde. Se desperezó dolorida y miró al frente, los ojos rojos, la cabeza dándole aún vueltas, el sabor del alcohol en los labios. Vomitó y después se incorporó.

—¿Quién eres tú? —dijo Loona llevándose la mano a la frente—. ¿Qué quieres?

—¿No sabes quién soy? —Nanna avanzó uno pasos. La luz definió sus contornos.

—Ni idea.

Loona ya no estaba borracha, sin embargo hizo un gesto sin garbo, indicando que lo sentía. Luego volvió a ponerse la mano en la cabeza.

—Mírame —dijo Nanna—. Mírame a los ojos, miserable.

Loona se puso en guardia el oír el insulto, instintivamente cargó un pie hacia atrás con la intención de preparar un golpe en caso de que fuera necesario. Volvió a mirar. Loona no reconoció más que la sombra de un espectro, pero supo en seguida a que fantasma hacía referencia. El mismo fantasma por el que bebía desde hacía casi un ciclo completo de luna: El fantasma del enemigo.

—Eres una de los malditos. Una de los cuatro de Gulf. La que queda —el sol deslumbró un poco los ojos irritados de Loona, pero la negociadora mantuvo la mirada.

—Mi nombre es Nanna, pero ahora todos me llaman “invisible”.

Se quedaron mirando un segundo. Las dos en silencio.

—¿Me has estado buscando? —dijo Loona.

Nanna asintió con la cabeza.

—No me he escondido.

—Tenía que prepararme.

—¿Para qué? —aunque Loona ya conocía la respuesta.

Nanna no dijo nada. Se limitó a sacar una espada de la parte trasera de traje color verdoso que llevaba.

—¿Por qué no lo has hecho antes? —dijo Loona.

—Porque no somos como vosotros.

Loona inclinó el cuerpo hacia abajo para modificar su centro de gravedad y tener una mayor movilidad. Osciló levemente adelante y atrás, y empezó a girar en torno a Nanna, que la seguía con la espada en las dos manos.

—Déjame decirte una cosa —Loona no dejaba de mirarla a los ojos—. Sé lo que será de mi cuando llegue mi momento, pero hoy no es el día.

Las dos mantenían la misma distancia y giraban una al lado de la otra, con un pie por delante y otro por detrás, casi en paralelo, como dos bailarines que no quieren tocar.

—¿Y qué me quieres decir con eso? —dijo Nanna.

—Que no voy a morir hoy. Pero tú si lo harás si insistes en atacar. Te estoy dando una salida.

Como respuesta, Nanna dejó caer su espada formando un círculo y luego giró la muñeca para que el movimiento descendente se volviera ascendente. La distancia era la misma. Loona veía la hoja de la espada hacer “ochos” frente a ella.

—¿Cómo sabes que no vas a morir?

—Me lo dijo la diosa Fregha cuando me convertí en negociadora.

Nanna sonrió, descreída.

—Yo no creo en la palabra de los dioses.

—Es tu problema.

Loona no esperó a que Nanna descargara su primer golpe y cargó a toda velocidad contra ella. El filo de la espada pasó a pocos centímetros de su cara sin golpearla, sin embargo ella si pudo impactar contra el cuerpo de Nanna. La chica cayó de bruces mientras Loona la rebasaba. La negociadora sacó un cuchillo de entre sus ropas, giró sobre si misma y descargó un golpe hacia abajo. Nanna lo detuvo con su espada y desapareció ante los ojos de Loona, para aparecer segundos después frente a ella con un zumbido. Loona no había visto algo así en su vida.

La espada de Nanna describió un círculo, el cuchillo de Loona interrumpió la trayectoria. Las dos mujeres descargaron su fuerza contra las armas contrarias. Una tensión casi eléctrica viajó desde su hombro hasta el filo de las espadas y se neutralizó durante unos segundos. De repente, la presión cedió. Nanna había vuelto a desaparecer y Loona se desplazó hacia delante por la acción de su propia fuerza. Detrás de ella sonó un nuevo zumbido y, antes de que pudiera darse la vuelta, recibió una fortísima patada en la espalda. Loona se dio la vuelta, estaba sin respiración. Nanna se lanzó con furia contra ella y atacó una, dos, tres veces con la espada. Demasiado fuerte para que el cuchillo pudiera contener el golpe. La negociadora retrocedió paso a paso, golpe tras golpe, mientras intentaba encontrar el aire necesario para volver a tener flexibilidad y velocidad en los músculos. Miró hacia el árbol dónde hacia dormido. Llevaba una espada curva en el mismo, de la escopeta no había ni rastro. Probablemente la habría escondido Nanna.

Un nuevo golpe, un nuevo paso atrás. La negociadora debía hacer algo para detener esa dinámica. Cálculo la distancia y el espacio, recuperó el aire y, en el momento en que Nanna se lanzaba de nuevo a por ella, le lanzó el cuchillo. El filo cortó el aire y Nanna apenas tuvo tiempo de corregir su propio movimiento para desplazar el cuchillo con el borde de la mano derecha, que tuvo que dejar libre. Golpeó la empuñadora y desvió la trayectoria, pero no solo se hizo daño en la mano, sino que también quedó desequilibrada. Loona aprovechó para correr hasta el árbol, sacar la espada del jubón y ponerse en guardia.

Nanna recompuso su posición, miró a Loona y sonrió. Un nuevo zumbido, una nueva desaparición. Loona dio un par de pasos hacia delante. El bosque estaba en silencio. Loona contuvo la respiración, mantuvo la tensión de su cuerpo… Un nuevo zumbido. La espada de Nanna apareció a la derecha de Loona, clavándose en su costado, desgarrando piel, musculos y hueso. La sangre empezó a manar. Loona se movió, pero fue demasiado tarde. Nanna sacó su espada liberando el tajo y volvió a sonreír. Acto seguido, volvió a desaparecer.

Loona se llevó la mano al costado lacerazo, la sangre manaba y le manchaba las manos. Intento concentrarse. Sintió una punzada de miedo, fue solo un segundo de inquietud. Hizo girar la espada a su alrededor con un giro de muñeca. Se llevó la otra mano al costado, apoyó los pies en la tierra dejando que su peso volviera a distribuirse. Se concentró en evitar el dolor.

Un nuevo zumbido. Los ojos de Nanna aparecieron de la nada. El Arco de la espada en dirección contraria. Loona describió un arco a toda velocidad, golpeó el acero, lo desvíó… Pero no lo suficiente. La espada cortó justo a la altura del hombro: más sangre, más dolor. Nanna caminó unos pasos a su alrededor. Loona le sostuvo la mirada mientras describía un círculo con sus pasos.

—Voy a desangrarte —dijo la bruja.

Nuevo zumbido. Nueva desaparición.

Loona bajó la cabeza. Sabía que Nanna está ahí, pero al no verla dejó que el dolor tomara el control un segundo. Nuevo zumbido. Nanna apareció junto a ella, le dió un fuerte puñetazo en la cara que la desplazó hacia atrás. Los oídos le zumbaban. Notaba como empezaba a cerrársele el izquierdo. Sus labios se hinchaban, más sangre. Nanna avanzó, golpeço una vez con toda su fuerza. Loona mantuvo la posición a duras penas, cegada por el dolor y la sangre se limitó a levantar su espada y resistir el golpe. Sus rodillas se doblaron. Escupió sangre. El costado le dolía horrores. Nuevo zumbido. Nanna desapareció.

Silencio… Loona gobernó su miedo. Loona concentró su oído. Loona quería acabar. Loona confíó en los dioses. Loona sabía que no era así como moría. Loona pensó. Loona escuchó el zumbido. Loona supo dónde iba a aparecer la bruja. Loona se movió. Loona anticipó.

Nanna apareció a su espalda, con la espada sujeta con las dos manos y empujando hacia el frente. Loona ya estaba girando cuando lo hizo. Nanna intentó levantar su espada, pero llegó tarde. El acero golpeó su cuello, hundiço su clavícula. El dolor era insoportable. Alcanzó a ver el ojo cerrado de su enemiga. Alcanzó a ver los labios hinchados, alcanzó a ver la sangre y pensó, «He estado cerca».

Y luego cayó al suelo.

Loona caminó hasta su cuchillo, se acercó a ella y con mucho cuidado preparó su ofrenda a los dioses: Delicadamente, desgarró la piel hasta encontrarle el corazón. La negociadora inició una plegaria.


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