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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento sexto: "Los cuatro de Gulf"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 20 marzo 2010



Los ancianos de las montañas habían hablado… Aunque en realidad no había sido exactamente así: quien había hablado era la asamblea de las montañas reunida durante meses. Todos los habitantes de las montañas de Gulf reunidos día tras día para tomar la decisión más importante de su historia (o la segunda decisión más importante de su historia, si se mira con cierta distancia). Así que no habían sido los ancianos, sino todo el mundo. Lo que pasa es que en un lugar dónde nadie puede morir “todo el mundo” incluye a una enorme cantidad de ancianos.

La asamblea de las montañas de Gulf había decidido que veinticuatro jóvenes de las montañas, doce varones y doce mujeres, serían entregados al dios de la muerte, el dios Merher. A cambio, las gentes de las montañas de Gulf volverían a conocer la muerte que les había sido negada durante cien años. La encargada de llevar a cabo la transacción era una negociadora bien respetada en todo Whomba, Loona. Ella había conseguido el pacto con Ghis en los bosques de Malparte, había expulsado El Dragón de Bifterís con la ayuda de Zenihd y tantas otras cosas: Era la mejor en todos los sentidos.

Los 24 jóvenes caminaban desde hacía días. Otros dos grupos habían hecho lo propio en direcciones diferentes, con el objetivo de despistar a Marh, la diosa de la vida, que no permitía que nadie muriera en las montañas y les mantenía malditos para que le fueran devotos. El grupo de 24 que nos interesa, el que debía reunirse con Loona, se movía con precaución, escapando de los ojos de la diosa con pequeños tributos aquí y allá.

Durante la primera luna de viaje todo parecía ir bien, pero en la mañana de la segunda luna, a tan solo unos kilómetros de distancia del lugar en el que se iba a producir el encuentro con Loona, cuatro de los 24 jóvenes dijeron que no iban a seguir adelante, que no iban a participar en el intercambio. Que iban a desobedecer el mandato de la asamblea de Gulf.

Los cuatro jóvenes eran Nanna, Celis, Gonz y Xebra. Ninguno contaba con más de 20 años. Ninguno había hablado demasiado durante la asamblea. Ninguno era, a decir verdad, alguien importante en las montañas de Gulf. No eran como Jart o Anula, los dos jóvenes que lideraban la marcha.

— No podéis volver —dijo Jart con preocupación—, tenemos que obedecer la voluntad de los nuestros.

— No pensamos volver —dijo Celis—. Vamos a marcharnos de las montañas de Gulf.

El resto de jóvenes estaban muy asustados. Jart y Anula gritaban furiosos: no podían irse. Incluso sacaron una espada y amenazaron a los chicos, pero estos sabían que, si intentaban matarles, la diosa Marh se daría cuenta y ya no podrían llegar al encuentro.

— ¿Y dónde vais a ir? —les preguntó Anula una vez había asumido con rabia que era imposible detenerles.

— Más allá de la mirada de los dioses —dijo Gonz con confianza.

Los demás niños se rieron. No existía tal lugar.

— ¿Por qué no habría de existir? —dijo Xebra— no hemos salido nunca de las montañas de Gulf, no sabemos lo que hay fuera.

— ¿Y si Marher no nos quiere por vuestra culpa? ¿Y si veinte no son suficientes para el?

— Vais con Loona, la negociadora. Claro que querrá. Además, él no sabe si salimos veinte o treinta o cuantos —objetó Nanna.

Se hizo el silencio. Ninguno de los chicos sabía que decir. En el horizonte se empezaba a formar una tormenta.

— ¿Veis la tormenta? —dijo Jart —. Es un mal presagio. ¡No podéis desobedecer a la asamblea!

— La tormenta no es un mal presagio —dijo Gonz—, sólo es el anuncio de tiempos mejores.

Todos se asustaron de sus palabras. Hablaba como hablan los malditos.

— Tiempos mejores —dijo Celis—, si una es hija de las tormentas. Si no le rinde tributo al cielo. No vamos a traicionar a los nuestros. No vamos a dejar huérfanos las montañas de Gulf. Vosotros iréis y Merher os acogerá, y nuestros mayores y nosotros podremos morir, pero eso no es suficiente.

“¿Qué quieres decir?” se preguntaron el resto de jóvenes de la marcha.

— La diosa Marh nos condenó para asegurar nuestra adoración, ¿y ahora vamos a salir del hechizo bajando la cabeza ante su hermano? ¿Ante otro dios? No. Tiene que existir otra manera.

“¿Y si no existe?” volvieron a preguntar los jóvenes de la marcha aún más asustados.

“La inventaremos” respondieron los cuatro de Gulf.

La tormenta rompió encima de ellos. Los veinte delegados de la asamblea de las montañas de Gulf sintieron cómo el miedo les recorría el cuerpo como un calambre. Los Cuatro de Gulf abandonaron el grupo antes de que volviera a caer la noche. A la mañana siguiente se encontraron con Loona. Ninguno de los jóvenes de Gulf dijo nada de sus compañeros.

El resto, como quien dice, es la historia secreta de los malditos.


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