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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento quincuagésimo cuarto: "Epílogo 2: Whorde" (Parte 17 de 17)

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 29 octubre 2011

Recuerdo que era una mañana que llovía, pero no recuerdo por qué lo recuerdo. Quiero decir, que no sé si es importante. Ya no sé, en realidad, lo que es importante y lo que no. Tenía sueño, había estado trabajando toda la noche y me sentía mitad cansado mitad excitado. Subí a la habitación de Hurn y me quedé mirándola mientras dormía. Creo que me dormí yo también un rato, pero desperté de nuevo antes que ella. La besé, como hacía muchas mañanas y me despedí también mentalmente del pequeño “Morghun”, de mi hijo, que se iba gestando en su vientre.

En la calle se podía respirar perfectamente el frío del invierno. Cogí un taxi, porque no quería esperar demasiado, y le pedí que me llevara al Gran Museo. Al llegar me sentí un poco idiota, porque era demasiado pronto. Aún no había abierto. Aún así, podía entrar con los permisos que me había dado la Academia. Me gustaba (aunque también me intimidaba un poco) la idea de pasear por el edificio vacío y quizás, volver a visitar la sala de la carta, dónde volvería a leer las palabras que Brutha le envió a Loona y volvería a hacerme la misma pregunta sin respuesta posible, ¿por qué guardaría Brutha una copia de esa carta?

Aún así, quizás por vergüenza, decidí esperar a que abrieran para entrar.

De nuevo, me volví a sentir estúpido cuando, a la hora de apertura, no había nadie que quisiera hacerlo. Honestamente, ¿cuanta gente había visitado el museo desde que yo iba a trabajar en él el archivo? Muy poca. Los fines de semana algo más, turistas del archipiélago de Argos y poco más.

Entré y saludé al guardia, que ya me conocía. A pesar de ello repetimos el tedioso ritual por el cual el me pedía identificación y yo le enseñana mis papeles. El mismo proceso con la maleta para ver que no llevaba ningún dispositivo para tomar imágenes del interior, etc, etc. Luego me dejaba pasar.

“A ver cómo lo encuentras hoy”, me dijo. “Ha pasado mala noche”.

Ahora que lo pienso, quizás recuerdo la lluvia precisamente por eso, por lo que le afecta. Quién sabe.

Esta vez no me detuve. Como digo, estaba nervioso. Fui directo al sotano número dos, pasé otros tres controles rutinarios y enfilé el camino a la sala de documentación y exhibición principal.

Entré. Estaba a oscuras, como la mayoría de las veces que había ido hasta allí. Encendí un par de luces, las más indirectas para no molestarle demasiado y conecté mi enlace energético con la entrada de la tumba. Concentré mi energía y en seguida noté el zumbido carácterístico del intercambio de flujo. El Intercambio celestial de Whomba, datos.

—¿Qué hora es? —dijo—. Por el amor de todos los dioses del conocimiento, ¿qué hora és?
—Las nueve —dije yo… O bueno, dije la hora que fuera. Quizás fuera un poco más tarde de las nueve.
—Oh, eres tú. Otra vez.

Parecía decepcionado.

—Lo he terminado —dije, creo que con cierto orgullo.
—Ya era hora —dijo—. ¿Y bien?
—Me gustaría que lo leyeras.
—¿Yo? ¿Y por qué puñetas iba a querer yo leerlo? —Porque te lo e stoy pidiendo —dije. Era verdad. No se me ocurría ningún otro motivo.

Whorde salió de su ataud, se ajustó la gafas con una cuerdecita al craneo ovalado y se incorporó. Llevaba el traje negro ruinoso con el que le había visto la primera vez y seguía teniendo el mismo aspecto de zombie cadavérico.

—Mandas a leer a un hombre que no ve bien y que ni siquiera tiene orejas —murmuró.

Las gafas se le caían. Se las ajustó de nuevo.

—Y bien, ¡dame! —dijo.

Le entregué el manuscrito. Lo ojeó por encima.

—Bueno, por lo menos es corto… y los dibujos están bien. Bueno, vete.

Me sentía confundido. Whorde avanzó pesadamente con la espalda contraída, en dirección a su escritorio al fondo de la sala. Encendió una pequeña luz y se sentó.

—No te vas a quedar ahí mientras leo, ¿verdad? Vete.

Me escabullí rápidamente de la sala. No recuerdo absolutamente nada de lo que hice mientras esperaba. En algún momento he fantaseado con la idea de que Hurn se pusiera de parto justo durante ese rato. Dramáticamente apropiado. Mi hijo, mi primer libro. La realidad, sin embargo, no tiene sentido del ritmo. Morghun nacería aún un par de ciclos después. ¿Que hice a lo largo de ese día? La verdad, no tengo ni idea. Ponerme nervioso, supongo.

La verdad es que no recuerdo nada hasta la llegada del guardia que me indicó que Whorde me estaba llamando. Se me aceleró el corazón al recorrer por segunda vez aquel día ese pasillo. Cada paso me parecía que iba cogiendo más y mas ritmo y que al final se me iba a salir del pecho. Me paré a la mitad. Sentía que la aprobación del hombre que estaba en el interior de esa sala sería el primer paso importante en la carrera del libro y que, de alguna manera, una vez otra persona lo había leído, éste empezaba a dejar de ser mío y se convertía en… una especie de multipropiedad. La idea expresada así, me resultó un tanto aterradora.

La sala tenía una iluminación similar y Whorde estaba en la misma posición en la que lo había dejado horas antes. No necesitaba comer, así que tampoco habría necesitado moverse. No sabría decir si su aspecto era serio o no, porque el fin y al cabo era un esqueleto con fragmentos de carne y poca cosa más. La gestualidad no era lo suyo precisamente.

—Siéntate —su tono era serio. Eso me asustó un poco.

Me senté corriendo en una silla frente a él. Era la misma posición en la que habíamos estado la mayor parte del tiempo que había pasado trabajando con él y, sin embargo, ese día parecía que todo era nuevo, que no nos conocíamos.

—¿Que te ha parecido? —no quería parecer ansioso yo mismo, pero no lo pude evitar.

Whorde guardó silencio durante un tiempo que a mi se me hizo un poco más largo que eterno.

—¿Por qué has escrito éste libro? —me dijo.

Me quedé sin habla. Incluso me plantee que quizás no había entendido bien la pregunta. Debí abrir la boca un par de veces y la volví a cerrar sin emitir ningún sonido.

—Si no sabes responder una pregunta tan sencilla tienes un problema muy serio —dijo. ¿Estaba enfadado?

Sentí el calor subirme por todo el cuerpo y calentarme las megillas. De pronto, estaba algo ofendido. Me pareció un comentario presuntuoso.

—Se perfectamente porque lo he escrito —mi tono de voz debió sonar muy parecido al de un adolescente envidioso.
—¿Por qué, entonces? —dijo.

Le miré un segundo, casi perplejo.

—Ya… Ya sabes por qué. Está todo en la memoria del proyecto que te presenté el primer día.
—No sé si te has fijado pero estoy bastante muerto. Se me olvidan las cosas, ¿vale? Por qué —su tono de voz era educado, aunque enérgico.

Suspiré.

—Porque… es la historia de Whomba. Es la historia de nuestro país, de nuestros fundadores. Lo que somos. Y… y no le importa a mucha gente, la verdad. No entienden lo… lo duro que fue y… y no entienden tampoco lo que querían hacer. He escrito el libro para que los chavales lean y se entretengan con nuestra historia y para dejar claro de una puñetera vez el papel de gentuza como Barlhar, por ejemplo. Al que todavía hoy seguimos sacando en procesión. ¿Te parece razonable? —Bueno, en el capítulo 1 describes mi encuentro con Mighos como si fuera un bello paseo por la playa, cuando creó que especifiqué de manera bastante clara que aquello fue una posesión de mi mente en toda regla. Y no muy agradable, la verdad. —Es un cuento para niños —dije poniéndome en pie—. No quería… no quería ser demasiado duro al principio. Eso es todo, luego se pone más serio.

Nos quedamos en silencio.

—Entonces… ¿no te ha gustado?
—Si, si me ha gustado, es lo que yo te he contado durante todo este tiempo, es lo que yo recuerdo. Un poco matizado, un poco más… aventurero, pero en esencia… Si, es la historia tal y como yo la conozco —Whorde parecía, de pronto, cansado.
—¿Entonces?

Whorde se incorporó y se me acercó.

—¿Por qué crees que algo que sucedió hace tantos años va a cambiar en algo la forma que tiene la gente de Whomba de vivir hoy? ¿Por qué crees que aquellos que sacan a Barlhar en procesión van a leer tu libro y cambiar de opinión?
—La gente no respeta la magia, la cambian, la venden como si fuera una mercancía cualquiera. Prohiben su uso a ciertas personas. A los Garou, por ejemplo.
—¿Por qué no has escrito sobre eso?

No supe que responder. Sigo sin saber porqué. Supongo que los heróes de las historias del pasado siempre son más grandes y mejores que… los heroes del ahora. Yo, desde luego, no he sido capaz de encontrarlos.

—¿Y por qué has aceptado mi versión de los hechos? ¿Que pasa si Mighos me mintió? Seguro que lo hizo en algunas partes. Seguro que intentó quedar bien en un par de momentos, ¿no te parece? Ese momento en el que se declara a Fregha, por ejemplo o su papel en la batalla de Nasder. La verdad es que no sabemos bien qué pasó en Nasder, ¿verdad? Yo no tomé su palabra como algo seguro. Investigue y… y en cualquier caso, por el amor del tiempo, es una novela, es una historia. No tienes porque ser tan específico con los detalles históricos. Y los rebeldes de Gulf no eran así, no eran tan buenos. Y Celis y Brutha, la verdad, no se llevaban especialmente bien. Y si se llevaban así de bien, honestamente, no me interesa.

No sabía que decir, me sentía abrumado.

—Venís aquí y me levantáis con vuestra energía mágica. Me hacéis preguntas y yo os contesto porque, honestamente, no tengo mucho más que hacer. O algún grupo de niños de algún colegio viene hasta arrastrados por sus profesores y observan como hago mis pericias y acrobacias: Leer, repasar documentos y… básicamente, estar muerto. Tu libro es… una muy bien documentada pieza de museo.

Su voz denotaba un cansancio que no había mostrado nunca. Le agradecí los comentarios y nos despedimos. Justo cuando iba a salir me dijo algo que jamás olvidaré: “El pasado está sobrevalorado”

Volví a casa. No cené. Me encerré en mi despacho. Ahora creo que debería agradecer a Hurn lo comprensiva que fue todo el tiempo que pase despedazando aquella versión de la historia y preparando ésta que tenéis en las manos. Tengo la sensación de que está a medio camino de cualquier cosa y, desde luego, se preocupa mucho más por el pasado de lo que lo hace por el presente. Pero creo que entendí alguna de las cosas que me dijo Whorde aquella tarde y espero que vosotros también podáis entenderlas.

Permitidme dedicarle éste libro a él y a su memoria. Al recuerdo, que es en realidad una forma de mentira o una forma de historia o una forma de traducir el pasado desde el presente. Por todo lo que me enseñó y todo lo que me obligó a ignorar y desaprender.

Para Whorde y para el pequeño Morghun, que duerme a mi lado, silencioso y prudente en su cuna. Soñando, quizás, con contar sus propias historias y dibujar sus propios mapas.


Comentarios

  1. Alberto [oct 30, 02:46]

    Y entonces leí el último capítulo y sonreí. Gracias Guillermo, gracias Mario.

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