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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento quincuagésimo segundo: "Divergencias" (Parte 15 de 17)

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 15 octubre 2011

La sala era grande, incluso demasiado grande: hacia a la gente pequeña. Brutha pensó, quizás por primera vez, que hasta en la arquitectura los dioses hacían las cosas para expresar su poder. Se sorprendió al pensar, de pronto, en la sala del consejo de Gulf. En sus formas, en sus ventanas, en la mesa circular.

La puerta se abrió y entró Thogos. Llevaba un traje de color azul en el que se veía francamente incómodo. Brutha le estaba esperando.

—¿Aquí es dónde te has escondido? —dijo Thogos.
—No me he escondido. Si me hubiera escondido no te habría hecho llamar.

Se acercaron el uno al otro y se besaron, quizás de una forma más ritual.

—¿No vas a las playa? Mucha gente de Whomba está yendo hacia allí a ver partir a los dioses.
—No tengo nada que decirle a los dioses, la verdad.
—Supongo que esperan que vayas… Es protocolo.

Se hizo el silencio entre los dos.

—La firma ha estado bien… ¿no? Mucha gente.
—Sí.

Se quedaron mirando. Thogos entendió enseguida lo que estaba pasando.

—Brutha, es una tontería. No… No tienes porqué hacerlo.
—Se suponía que tú eras el que debía convencerme.
—Ya, bueno, se suponía… Pero ya no se supone. Las cosas han cambiado.

El tono de voz de Thogos tenía un punto de irritación. Brutha se alejó de el unos pasos. Y se puso a deambular por la habitación.

—Morg tenía razón, Thogos —dijo Brutha como si hablara a la nada. A la habitación—. NI él ni yo somos… adecuados para lo que va a venir. Somos Guerreros. Y aquí se está intentando construir una paz.
—¿Y? —dijo Thogos—. La gente cambia. Además… esta paz necesita que la defiendan.

Brutha había pensado mucho en eso durante las largas sesiones de negociación de “Los Acuerdos de Karshash”. ¿Eran necesarios los guerreros para esa paz? ¿Y era necesario que fuera ella quién los guiara?

—Morg me pidió que lo dejara cuando esto hubiera acabado. Es lo que hacen los suyos. Los Guerreros se apartan cuando no hay guerra. Me lo pidió y yo le di mi palabra… Y tú me diste la tuya. Entregarás la carta de dimisión al consejo de Gulf.

Thogos negó un par de veces con la cabeza, como si tuviera jaqueca. Parecía cansado. Habían sido días muy duros.

—La gente no lo va a entender —dijo.
—Espero que la carta sea lo suficientemente clara. Pero aún así, no me preocupa que lo entiendan. Espero que no lo entiendan.
—¿Ah sí? ¿Ahora te gusta desconcertar? Vas a abandonar todo lo que has conquistado- su tono tenía tenía un poso de frustración.

Brutha se acercó hasta Thogos y le dió un beso cariñoso. Cuanto más hablaba con él, más se convencía de que estaba tomando la decisión correcta.

—El problema, Thogos, es que no lo he conquistado yo. Esto no es mío, no me pertenece. ¿Y si me quedo y toma un rumbo que a mi no me convence? Estas semanas he tenido que responder a preguntas cuya respuesta no tengo. He tenido que improvisar. Y eso no me gusta. Me despierto en medio de la noche pensando que lo que debemos hacer es atravesar el palacio, coger a Barlhar y arrancarle las tripas. ¿Te parece que eso es lo que necesitamos ahora?
—Estás tomando una decisión por una promesa que le hiciste a un amigo, que quizás hoy habría cambiado de opinión- Thogos alzó la voz.

Brutha estaba perdiendo la paciencia.

—Suerte que la hice, entonces. Suerte que me comprometí a quitarme de en medio. ¿Que nos impide convertirnos en dioses, Thogos? ¿Que nos impide considerar que esto es nuestro? ¿Que nos pertenece? ¿Lo has pensado?

Thogos no dijo nada.

—Porque yo no dejo de pensarlo.

Se volvieron a quedar en silencio.

—Otros vendrán y lo harán bien. Celis está preparada y el consejo lo mismo. Hemos crecido muchos éstos días. Estarán bien.

Thogos miró al suelo.

—¿No vas a despedirte?
—Me convencerían para quedarme. En la carta está todo explicado y ellos lo entenderán. Además… Podemos ir al otro lado del mar. ¿No te apetece? No digo para siempre, luego podemos volver.

Thogos la miró con gesto de sorpresa.

—¿Podemos? Brutha… Yo no quiero ir a ninguna parte.

Brutha pestañeó un par de veces.

—Lo… lo he dado todo por esto. He perdido mi magia por la magia. No quiero irme ahora. Quiero construir.

De pronto, Brutha tuvo una sensación de angustia. De alguna manera, había incluido a Thogos en su plan, lo había considerado algo natural. Le miró y se dio cuenta de que si se iba, tendría que hacerlo sola.

—¿No vendrías conmigo?… —inmediatamente se arrepintió del tono de su voz y de lo que había dicho—. Perdona, perdona. Que tontería. He hecho mi plan de fuga y ni siquiera te había preguntado si querías ser parte de él.

Se le quedó mirando un segundo y sonrió.

—Thogos, tenemos casi la misma edad y dónde tu ves juventud yo veo vejez. Estoy cansada. No físicamente, sino emocionalmente. No puedo pensar bien, noto que todo me irrita, pero tú… Tú estás lleno de ideas y de ganas y de… no sé, de cosas que quieres hacer aquí. La razón por la que tú te quedas es la razón por la que yo debo irme.

El chico asintió.

—¿Dónde vas a ir? —le dijo.
—Los dioses van al Sur… Así que al norte —dijo Brutha con una sonrisa.
—Más allá del mar.
—Quiero ver el cielo de los otros lugares. Quiero conocer a esos Garou de los que hablas.
—No parecían muy amigables, la verdad.
—Sé apañarme sola.

Volvieron a quedarse en silencio. Thogos la miró, se sonríeron, después volvió el silencio. De pronto, A Thogos se le escapó una lágrima.

—Vaya, genial… Lo que me faltaba —dijo el chico.

Brutha se rió.

—Siempre has sido un poco cursi.

Brutha se acercó y le besó. Le acarició la cara y le abrazó.

—¿Volverás a vernos?
—Si, claro. Claro que sí —dijo Brutha. Tan absurdo le parecía quedarse como borrarse del mapa, como si aquello no formara parte de su vida.

Se dirigió a una de las ventanas y miró hacia el exterior, a Whomba. A lo lejos se veían los barcos de los dioses. Una multitud les estaba despidiendo.

—Es el fin del mundo —dijo Brutha con una sonrisa.

Thogos fue hasta la ventana y la abrió. La brisa de la mañana les impactó en la cara. Hacia calor, incluso a la altura a la que estaban. Desde Karshash podía verse todo Whomba.

—El mundo nunca se acaba —dijo Thogos.

FIN DE LA CUARTA PARTE


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