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Con las cosas de comer, por Miguel A. Román

Cocinar no es un juego. Lo que hagamos aquí vamos a comérnoslo; así que mucha atención, disciplina, buen gusto y ganas de trabajar. Cada quince días una historia y una receta que podéis preparar vosotros mismos. A cocinar.
El autor de esta sección participa en Libro de Notas con una sección de cocina y otra de lengua.

Iriarte y los Huevos

Miguel A. Román | 16 octubre 2010

Aunque seguimos sin saber si fue primero el huevo o la gallina, lo cierto es que pocos ingredientes conocemos que puedan prepararse de formas tan distintas como los huevos: fritos, cocidos duros, revueltos, escalfados, estrellados, en tortilla, al horno (al plato), en sopas, también se utilizan en salsas frías como la mahonesa o calientes como una llamada “holandesa”, con pasta o arroz, y son frecuentes en muchos postres y dulces.

Tanto que Tomás de Iriarte, un poeta español del siglo XVIII, los tomó como ejemplo en una fábula que hace burla de tanta gente que dice haber inventado algo nuevo cuando en realidad solo han cambiado algo la forma de preparar los mismos huevos:

Más allá de las islas Filipinas,
hay una, que ni sé cómo se llama
ni me importa saberlo, donde es fama
que jamás hubo casta de gallinas,
hasta que allá un viajero
llevó por accidente un gallinero.

Al fin tal fue la cría, que ya el plato
más común y barato
era de huevos frescos; pero todos
los pasaban por agua (que el viajante
no enseñó a componerlos de otros modos).

Luego, de aquella tierra un habitante

introdujo el comerlos estrellados.
¡Oh! ¡Qué elogios se oyeron a porfía
de su rara y fecunda fantasía!

Otro discurre hacerlos escalfados…
¡Pensamiento feliz!… Otro, rellenos…
¡Ahora sí que están los huevos buenos!

Uno, después, inventa la tortilla,
y todos claman ya: “¡Qué maravilla!”

No bien se pasó un año,
cuando otro dijo: “Sois unos petates;
yo los haré revueltos con tomates”.
Y aquel guiso de huevos tan extraño,
con que toda la isla se alborota,
hubiera estado largo tiempo en uso,
a no ser porque luego los compuso
un famoso extranjero a la hugonota.

Esto hicieron diversos cocineros;
pero ¡qué condimentos delicados
no añadieron después los reposteros!
Moles, dobles, hilados,
en caramelo, en leche,
en sorbete, en compota, en escabeche.

Al cabo todos eran inventores,
y los últimos huevos, los mejores.
Mas un prudente anciano
les dijo un día: “Presumís en vano
de esas composiciones peregrinas.
¡Gracias al que nos trajo las gallinas!”

Tantos autores nuevos
¿no se pudieran ir a guisar huevos
más allá de las islas Filipinas?

La receta de hoy, por supuesto, es con huevos. En realidad, y que me perdone Iriarte, son solo una forma curiosa y divertida de hacer huevos cocidos, o sea, huevos duros. Y se llama Huevos Marmolados, es decir, de mármol, no por ser duros –que no tanto- sino por el color con el que resultan. En realidad se llaman茶葉蛋 que se pronuncia algo así como chai yipdan, está claro ¿no?: Huevos al té.

Pues claro, se trata de una receta china. En las calles de China se vende multitud de comidas para llevar a casa o comer mientras se pasea o sentados en un banco en la calle. Muchos chinos llevan en el bolsillo sus palillos para ponerse a comer en cualquier momento (recordad que no comen con cubiertos como nosotros), ya que los que venden comida no te dan palillos. Bueno, pues una de las comidas callejeras más populares son estos huevos al té.

Personal:
– 1 ó 2 Infantiles (más de 10 años)
– 1 adulto

Ingredientes:
– Huevos, 1 por persona.
– Agua
– Salsa de soja (1 cucharada sopera por cada huevo)
– Té negro (1 cucharadita de postre o 1 bolsita por cada huevo) La mayor parte del té que no especifica el “color” es” té negro”, pero ante la duda mejor preguntar.
– Opcional: genjibre o semillas de anís o cáscara de naranja (o flores de azahar secas).

Materiales:
– 1 cacerola (donde quepan los huevos)
– 1 cucharilla

Ponemos los huevos, que ya llevarán un rato fuera de la nevera, en una cacerola pequeña con agua, de forma que queden cubiertos, y los ponemos al fuego medio hasta que empiece a hervir. Entonces bajamos un poco el calor y contamos exactamente tres minutos.

¡Cuidado!
No utilicéis huevos fríos recién sacados de la nevera, o se romperán en el agua caliente por el cambio de temperatura.

Con cuidado sacamos los huevos con ayuda de una cuchara y los dejamos en un plato a enfriar un poco. Cuando no quemen, tomamos cada huevo y lo golpeamos suavemente con una cucharilla, para ir quebrando la cáscara pero evitando que se desprenda. Hay que romperlo por todos lados dejando la cáscara como un mosaico.

¡Cuidado!
El huevo todavía no es un “huevo duro”, está blando y es que sigue siendo líquido por dentro. No golpeéis muy fuerte ni lo manejéis con brusquedad.

Volvemos a poner agua en la cazuela y –siempre con cuidado de no desprender trozos de la cáscara- volvemos a meter los huevos, junto con el té y la salsa de soja (y las especias si tenemos). Dejamos otra vez que hierva y ahora contamos 20 minutos hirviendo suavemente antes de apagar el fuego.

¡Cuidado!
Vigilad que no hierva demasiado fuerte y que no se quedan al descubierto por evaporarse el agua. En este caso, añadid un poco de agua con un vaso.

Tras apagar el fuego, los dejaremos en el líquido negro (podéis retirar el té si era en bolsitas) al menos hasta que se hayan enfriado completamente, aunque mientras más tiempo los dejemos, mejor nos quedarán (los podéis dejar en la nevera, metidos en el líquido hasta el día siguiente).

Pues al sacarlos del líquido y pelarlos, veréis que la blanca clara se ha quedado teñida, pero solo donde la cáscara estaba agrietada, dejando unos preciosos dibujos que los hacen muy apetitosos… porque además, el sabor salado de la soja y el aroma del té y las especias se dejan notar cuando nos los comemos, convirtiendo unos aburridos huevos duros en deliciosos huevos de mármol al té.


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