Pequeño LdN


Yuyu, por John Tones y Guillermo Mogorrón

Las historias de yuyu son las historias que se cuentan, en penumbra y en voz baja. Son historias que no tienen explicación, que no quieren tener explicación o que nunca antes han sido explicadas. Y ahora, en el Pequeño LdN, cada quince días, tendrás fantasmas, invasiones, sucesos extraños y maldiciones sin explicación. Prepárate para tu ración de Yuyu.
El autor de estos cuentos es escritor y músico de rock, y entre otras cosas hace la página FocoBlog. Guillermo, el encargado de ilustrarlas, tiene un blog de dibujos.

Caperucita Roja 2: El fin

John Tones y Guillermo Mogorrón | 8 enero 2011



Caperucita Roja no terminaba de entender lo que le estaba pidiendo su abuela. Se ajustó la caperuza roja que le había regalado su madre y que le había hecho ganarse el apodo con el que se le conocía en todos los pueblos que lindaban con el bosque.

– Abuela… uhm… ¿para qué quieres que me meta en la cama?

– No te veo bien, hija, y además hace una noche muy fría. Por favor, entra conmigo en la cama y dame calor. Estoy enferma y te agradezco mucho la tarta, la leche y los dulces que me has traído, pero acércate un poco más…

Caperucita Roja dio un paso hacia su abuela y entornó los ojos. Decididamente, la anciana tenía un aspecto muy extraño. De acuerdo, era ella, pero había algo, no sabía qué, algo que fallaba. Llevaba el camisón y el gorro de dormir que se ponía siempre para acostarse, pero la piel de la cara tenía un aspecto distinto, como amarillento y apergaminado. Las arrugas de la cara de su abuela, tan familiares, estaban rígidas, faltas de vida, atravesaban la piel de forma azarosa, sin lógica. La boca apenas se movía, y los ojos estaban completamente negros, sin pupilas. Caperucita Roja no era capaz de decir por qué, pero era sobre todo la piel de su abuela lo que le resultaba extraño, le daba la impresión de que si la tocaba se iba a convertir en polvo. Aún así, se metió en la cama con cuidado. Su abuela se arrimó a ella y la miró fijamente, sin pestañear.

– Abuela, qué ojos más grandes tienes.

– Son para verte mejor.

Los ojos de su abuela se movían a derecha e izquierda, observándola muy atentamente. Caperucita tragó saliva y observó que la piel alrededor de las orejas de su abuela se replegaba sobre sí misma de forma extraña. Era como si la piel se hubiera enrollado donde empezaba la oreja, que tenía una forma extrañamente puntiaguda. Como si la piel no tapara bien los músculos y el cráneo de la anciana. Parecía una funda de tela en vez de una fina piel humana. Caperucita empezaba a estar asustada.

– Abuela, qué orejas más grandes tienes.

– Son para oírte mejor.

Cuando decía estas palabras, Caperucita no pudo evitar fijarse en el interior de la boca de su abuela, donde vio grandes trozos de carne colgando de unos enormes colmillos. Una inmensa y babeante lengua salió de la boca y se relamió, adheriéndose a ella un trozo de piel.

Caperucita tuvo una sensación muy extraña: la cara de su abuela se había movido, se había descuadrado. Ahora un ojo seguía como antes, pero detrás del otro no había nada, solo unas gruesas cerdas de pelo animal. La cara de su abuela, por imposible que pareciera, estaba mal puesta en la cabeza.

– Abuela, qué boca más grande tienes.

Su abuela sonrió y se inclinó sobre ella.

– Querida y apetitosa nieta mía…

La anciana sacó el brazo de debajo de la manta. No era una extremidad humana, sino una pata de animal de pelo negro. Con ella se arrancó la piel de la cara: efectivamente, la piel era la de su abuela, pero debajo estaba el lobo con el que Caperucita había hablado en el bosque y con el que había apostado llegar antes a la casa. El lobo se había comido a la abuela y se había disfrazado con su piel, y ahora ella sería la siguiente. El lobo volvió a relamerse, ya sin el estorbo de la fláccida piel de la abuela, que descansaba en el suelo de madera. Su aliento agrio y desagradable hizo que Caperucita tuviera náuseas.

– ¿Sabes para qué sirve esta enorme boca, Caperucita? Pues es para..

Caperucita Roja se despertó en su cama, sudando y gritando. Desde que sucedió lo de su abuela, hacía ya dos meses, no había pasado ni una noche en la que no hubiera tenido una pesadilla rememorando aquel desgraciado día. Si no llega a ser por el leñador y su oportuna aparición en casa de su abuela, justo en el momento en el que el lobo abría las fauces frente a ella, ahora estaría en la barriga de esa enorme bestia.

Se vistió, se puso su caperuza y bajó a la cocina, donde su madre calentaba algo de leche.

– ¿Qué tal has dormido? le preguntó. ¿Sigues con pesadillas?

– Sí… ese lobo…

– Deberías de tomar algo de leche caliente también por la noche… Es para dormirte mejor.

Caperucita Roja dejó de beber, temblando. Su madre se giró hacia ella. Tenía un tono en la piel de la cara amarillento, con extrañas arrugas alrededor de las orejas.

Y, de repente, la madre de Caperucita Roja se relamió.


Comentarios

  1. Gemicienta [ene 17, 02:52]

    Es el eco que quedaba en mi mente al leer este cuento y tu lo has puesto en palabras. Muy bueno!

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